CRISTO NUESTRA JUSTICIA - 1
La Justificación por la Fe

Hoy, se difunden numerosos errores entre el pueblo de Dios sobre la justificación por la fe, la santificación y otras doctrinas de salvación. Como resultado, muchos miembros son engañados y cautivados por errores inexcusables, la mayoría de los cuales se originaron en las iglesias del mundo, que conocemos como Babilonia. En cuanto a la justificación, la sierva del Señor nos dijo: “El enemigo de Dios y del hombre no quiere que esta verdad sea presentada claramente; porque sabe que si la gente la recibe plenamente, habrá perdido su poder sobre ella” (Exaltad a Jesús, p. 150).

¿Sorprende acaso que Satanás haya infiltrado la verdadera iglesia de Dios con algunos de sus pastores, inspirándolos a predicar una falsa justificación por la fe? Recientemente encontré estos pasajes alarmantes: “No hay uno en cien que entienda por sí mismo la verdad bíblica sobre este tema que es tan necesario para nuestro bienestar presente y eterno” (Mensajes Selectos, t. 1 p. 422).

“Nuestras iglesias mueren por falta de enseñanza acerca de la justicia por la fe y otras verdades” (Obreros Evangélicos, p. 316).

Estos hechos desconcertantes, me han llevado a preparar esta serie de mensajes.

Primero, notemos que aunque parezca extraño, frecuentemente el enseñar y predicar el error a nuestros hermanos, puede resultar en grandes bendiciones. Me parece oírlos diciendo: “hermano Nelson, ¿cómo es posible? Obtengamos valor frente al siguiente consejo del Señor. “Cada vez que avanza el error, obra para el bien de los que sinceramente aman a Dios. Porque cuando el error eclipsa la verdad, los centinelas de Dios harán que ésta sea más penetrante y clara. Escudriñarán las Escrituras para encontrar evidencias de su fe. La propagación del error es un llamado para que los siervos de Dios se levanten y coloquen a la verdad en un marcado relieve” (Signs of the Times [Señales de los Tiempos], January 6, 1898).

Es mi mayor deseo, que con la presencia del Espíritu Santo en mi vida, pueda ser un centinela para Dios.

Oremos. Amante Padre, el evangelio de la justificación por la fe es un mensaje muy valioso. Ayúdanos a proclamar esta gloriosa verdad tan fuerte y tan clara para que todos los que la escuchen tengan absoluta seguridad y que esta doctrina de la justificación por la fe sea sinceramente entendida, creída y experimentada. En el precioso nombre de Jesús, Amén.

Las escrituras introducen la base para la justificación por la fe, al explicar lo que Cristo quiere hacer por nosotros. “¡Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo!” (Juan 1:29).

“Porque el pan de Dios es aquel que desciende del cielo y da vida al mundo” (Juan 6:33).

“Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él” (Juan 3:17).

La base de la justificación por la fe es lo que Cristo dispuso para nosotros y lo que quiere hacer por nosotros. No sólo debemos saber cuál es la base sobre la cual se hace posible la justificación por la fe, sino también cuáles son las condiciones para recibirla.

Primero consideremos la base. En la Biblia, ambos Adán y Jesucristo, representan a la raza humana. Por consiguiente, lo que espiritualmente ocurrió con Adán y Cristo, atañe a todos los que han nacido en este mundo. Por ejemplo, cuando Adán, el representante de nuestra raza fue tentado por Satanás para rebelarse contra Dios, y al hacerlo pecó, trajo la muerte sobre sí mismo y sobre todos sus descendientes. Cristo, nuestro representante, al venir a este mundo en forma humana por medio del milagro del Espíritu Santo, también fue tentado por el diablo a pecar, pero no se rebeló como lo hizo Adán, obedeció a Dios, nunca pecó. Gracias a su victoria sobre Satanás, estuvo dispuesto a morir por nuestros pecados, para que la condena de muerte por culpa de Adán, fuera cambiada a vida eterna, si es que aceptamos su muerte en nuestro lugar.

Como consecuencia del pecado de Adán todos los hombres pecaron y recibieron la sentencia de muerte. ¡Alabado sea Dios!. El Hijo de Dios eligió tomar el lugar de Adán, como cabeza y representante de la raza humana. Por su muerte en la cruz, pagó el castigo de nuestra pena de muerte, disponiendo así la redención para todos los que creerán en él: “Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él, no perezca, sino tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él” (Juan 3:16,17).

Esta base para la justificación por la fe está confirmada en la Palabra de Dios. Por ejemplo: “Por tanto, así como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, pues todos pecaron. Porque, si por el delito de uno reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, por Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don gratuito de la justicia. Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno los muchos serán constituidos justos” (Romanos 5: 12, 17, y 19).

El Espíritu de Profecía que siempre está en armonía con la Palabra de Dios, también enseña que para salvarnos, Jesús tomó el lugar de Adán como nuestro representante. “Jesús, se humilló a sí mismo revistiendo su divinidad con humanidad vino a este mundo para estar a la cabeza de la raza humana como el hombre modelo” (Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 7, material suplementario de Filipenses 2).

He aquí la base sobre la cual se edifica la justificación por la fe.

Ahora, consideremos las condiciones que hacen posible la justificación por la fe y la santificación, para los individuos. Alguien puede preguntar, ¿Qué? ¿Hay condiciones para que un hombre pueda ser justificado? ¿No es la justificación un don gratuito?

Desde Nueva Zelanda Elena White escribió a, A. T. Jones, uno de los dos hombres que presentaron a la iglesia la verdad acerca de la justificación por la fe en 1888. Para el año 1893, éste ya había empezado a proclamar una y otra vez “No hay condiciones”. El Señor le mostró su error a Elena White en una visión. De su carta a Jones, se saca la siguiente cita: “Hay condiciones para que recibamos la justificación, la santificación y la justicia de Cristo” (Mensajes Selectos, t. 1, p. 442).

Esto no significa que contribuimos para nuestra salvación cumpliendo con lo estipulado. Las obras del hombre antes o después de la justificación, no tienen ningún valor en sí mismas. No pueden comprar la salvación. Ésta es un don gratuito, pero Dios dice que es solamente para los que cumplen con las condiciones.

Adán eligió creer la mentira de Satanás. Se rebeló contra su hacedor. Al pecar, aceptó las condiciones por creer la mentira de Satanás, que sería como un dios. Ignoró la verdad de Dios, que la paga del pecado es muerte. Pero, cuando elegimos creer lo que dice Cristo, ese proceso, es inverso. Rechazamos a Satanás y aceptamos las siguientes condiciones establecidas por Cristo para poder escapar a la muerte y recibir la vida eterna.

1. Aceptamos por fe que el sacrificio de Cristo sustituye nuestro lugar en la cruz del calvario.

2. Nos rendimos completamente, nos arrepentimos y confesamos a Dios nuestros pecados.

3. Creemos que Dios perdona nuestros pecados individuales.

4. Experimentamos la dádiva de la justificación por la fe por medio del nuevo nacimiento.

5. Permanecemos en Cristo por medio de una continua, amante relación de confianza y obediencia. Esta quinta condición, resulta en nuestra santificación.

Hablemos de estas cinco condiciones, una a la vez.

La primera condición requiere que creamos y que aceptemos personalmente el sacrificio de Cristo. Al desarrollar este tema, observaremos que creer significa mucho más que de lo que muchos suponen.

Estas cinco condiciones mencionadas, están expresadas en las palabras, “cualquiera que cree en él, no perecerá, pero tendrá vida eterna”.

Creer, trae consigo más que un asentimiento verbal o emocional, debemos comprender lo que se llevó a cabo por la muerte de Cristo en la cruz. Por ejemplo, leemos en Romanos 6:23 “Porque la paga del pecado es la muerte”. Cristo murió para expiar la paga de tu pecado y el mío, que es la muerte. Pero ¿de qué muerte estamos hablando? ¿De la primera o de la segunda? La Palabra de Dios nos da la respuesta. “¡Dichoso y santo el que tiene parte en la primera resurrección! La segunda muerte no tiene poder” (Apocalipsis 20:6). ¿Y por qué la segunda muerte no tiene poder? Porque Cristo murió la segunda muerte por los que creen en él, y lo aceptan como su sustituto. ¡Alabado sea Dios! ¡Qué Salvador, murió en nuestro lugar!. Murió para que nosotros tengamos, no la muerte eterna, sino la vida eterna.

La segunda condición es una entrega total. Esto trae consigo; arrepentimiento, muerte al pecado y confesión. En Hechos aprendemos que debemos arrepentirnos: “Pedro contestó: ‘Arrepentios, y sed bautizados cada uno de vosotros en el Nombre de Jesucristo para perdón de vuestros pecados” (Hechos 2:38). Ahora observemos la importancia que Elena de White le da a esta condición. “Arrepentios, arrepentios, era el mensaje que hacía resonar la voz de Juan el Bautista en el desierto. El mensaje de Cristo a la gente era: ‘Si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente’ (Lucas 13; 5). Y a los apóstoles se les ordenó predicar por doquiera que los hombres debían arrepentirse” (Mensajes Selectos, t. 2, p. 20).

Pero observen, ¿Podemos nosotros arrepentirnos por nuestra propia fuerza? De ninguna manera. Por medio de su sierva el Señor dice: “¿Quién desea llegar al verdadero arrepentimiento? ¿Qué debe hacer? Debe ir a Jesús, tal como es, sin demora. Debe creer que la palabra de Cristo es verdadera y, creyendo en la promesa, pedir para que reciba. Cuando un sincero deseo mueve a los hombres a orar, no orarán en vano. El Señor cumplirá su palabra, y dará el Espíritu Santo para inducir al arrepentimiento con Dios y la fe en nuestro Señor Jesucristo” (Mensajes Selectos, t. 1, p. 461).

Nosotros también debemos confesar nuestros pecados: “Si confesamos nuestros pecados, Dios es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de todo mal” (1 Juan 1: 9).

La misma condición existía en el Antiguo Testamento: "si mi pueblo que lleva mi Nombre se humilla y ora, si busca mi rostro, y se convierte de sus malos caminos, entonces oiré desde el cielo, perdonaré sus pecados” (2 Crónicas 7:14). ¿No es eso maravilloso?

¿Cuán importantes son estas condiciones?

“Los que no se han humillado de corazón delante de Dios reconociendo su culpa, no han cumplido todavía la primera condición de la aceptación. Si no hemos experimentado ese arrepentimiento, del cual nadie se arrepiente, y no hemos confesado nuestros pecados con verdadera humillación de alma y quebrantamiento de espíritu, aborreciendo nuestra iniquidad, no hemos buscado verdaderamente el perdón de nuestros pecados; y si nunca lo hemos buscado, nunca hemos encontrado la paz de Dios. La única razón porque no obtenemos la remisión de nuestros pecados pasados es que no estamos dispuestos a humillar nuestro corazón y a cumplir con las condiciones de la Palabra de verdad”. (El Camino a Cristo, p. 37).

La tercera condición revela que debemos creer que Dios perdona nuestros pecados y que hay que satisfacer ciertas condiciones antes de que realmente podamos creer que Dios lo ha hecho. “El hombre debe despojarse de sí mismo antes que pueda ser, en el sentido más pleno, creyente en Jesús” (Deseado de Todas las Gentes, p. 247).

Esto es muy importante porque Jesús le dice a los que no han sido perdonados ¡“Nunca os conocí!”. ¿Porqué? “No os habéis arrepentido genuinamente delante de Dios por la trasgresión de su santa ley y no podéis tener fe genuina en mí, porque mi misión fue exaltar la ley de Dios” (Mensajes Selectos t. 1, p. 281).

“Creer en Jesús significa aceptarlo como nuestro Redentor, como Modelo” (Manuscrito 26, del 17 de octubre de 1885, (Cada día con Dios, p. 300). Después de cumplir con estas condiciones específicas, de verdad podamos creer en Cristo y entonces podemos creer que “en el momento que pedimos perdón con contrición y sinceridad Dios nos perdona. ¡Oh qué gloriosa verdad!. Predícala, ora por ella, cántala” (Signs of the Times, September 4, 1893).

Así que hablando claramente, somos justificados por fe en Cristo, quien murió por nosotros. La fe en si misma, no nos salva. Es la fe en el Hijo de Dios la que salva. Permítanme decirlo en las palabras de (John Janiuk en El Juego Final de la Gran Controversia, libro 2, p. 3): “Cuando tú y yo por fe, mediante arrepentimiento, confesión y entrega aceptamos la muerte de Cristo en la cruz por nosotros y su justicia como nuestro sustituto y nuestro salvador, entonces Dios nos acepta, porque aceptamos a su Hijo. Él nos ve como si nunca hubiésemos pecado y nos acepta como si fuésemos sin pecado. Este es el meollo de la justificación por la fe”. ¡Qué espléndido!

La cuarta condición indica que debemos experimentar el nuevo nacimiento.

Cristo le dijo a Nicodemo: antes que puedas ver el reino de Dios, “debes nacer de nuevo”. Cuando Dios perdona a un hombre, le proporciona un nuevo corazón, un nuevo nacimiento. “Os daré un corazón nuevo, y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros. Quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne” (Ezequiel 36: 26). Muchos no se dan cuenta que la justificación por la fe, incluye el nuevo nacimiento, que obra una nueva mente, un nuevo pensamiento, porque la inspiración revela claramente esta verdad: “Ser perdonados en la forma en que Cristo perdona es no solamente ser perdonados, sino ser renovados en el espíritu de nuestra mente” (Mensajes Selectos, t. 3, p. 217).

Esto se lleva a cabo cuando venimos al Señor como lo hizo David después que había pecado con Bath-sheba. Considere su oración: “Lávame a fondo de mi maldad, y límpiame de mi pecado. Purifícame con hisopo, y seré limpio. Lávame, y seré más blanco que la nieve. Oh Dios, crea en mí un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Salmos 51:2, 7, 10).

Elena de White comenta acerca de esta experiencia de David: “Pero el perdón tiene un significado más abarcante del que muchos suponen... El perdón de Dios no es solamente un acto judicial por el cual libra de la condenación. No es sólo el perdón por el pecado. Es también una redención del pecado”. [Me gusta eso] “Es la efusión del amor redentor que transforma el corazón. David tenía el verdadero concepto del perdón cuando oró "Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio y renueva un espíritu recto dentro de mí" (El Discurso Maestro de Jesucristo, p. 97).

Gracias a Dios, cuando él perdona, también limpia el alma y crea un nuevo corazón en el cual puede habitar Cristo. ¿No es eso maravilloso? ¿Cómo recibimos una santificación tal? “Recibimos nuestra santificación al recibir a Jesús” (Mount of Blessings [El discurso maestro de Jesucristo], p. 18).

Cuando morimos al yo, el nuevo nacimiento trae a Cristo con su justicia a nuestros corazones para habitar allí: “No están reconciliados con Dios, ni podrán estarlo, hasta tanto hayan crucificado el yo y Cristo viva por la fe en sus corazones” (Exaltad a Jesús, p. 334).

¡Que maravillosa experiencia para todos los que están dispuestos a morir al yo! Entonces podemos decir: “Cristo es mi justicia”.

¿Amén? Yo espero que obtengamos un panorama claro de la justificación por la fe. Elena de White escribió: “Cuando la doctrina de la justificación por la fe fue [correctamente] presentada en la reunión de Roma, llegó a muchos como el agua que recibe el viajero sediento” (Mensajes Selectos, t. 1, p. 422).

En mi juventud, a menudo hice excursiones al desierto. Recuerdo muy bien una vez en que se me había terminado el agua y estaba desesperado. De pronto descubrí una pequeña vertiente que caía a gotas en la arena. Provenía de una montaña lejana pero fue suficiente para apagar mi sed. ¡Cuán agradecido estaba a mi Dios porque me permitió encontrar agua!. Cuando descubramos las maravillosas verdades de la justificación por la fe, también nosotros exclamaremos con Elena de White: “Las melodías más dulces que provienen de Dios a través de los labios humanos, la justificación por la fe y la justicia de Cristo”. (Joyas de los Testimonios, t. 3, p. 61).

La paz del cielo inunda el alma con la justificación,. Pablo nos dice: “Así, habiendo sido justificados por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5: 1).

¡Oh, Cuán gloriosa verdad! Porque cuando somos justificados, “quedamos sin falta delante de Dios”. Puede preguntar ¿Cómo es posible? Es posible porque estamos vestidos con las hermosas vestiduras de la justicia de Cristo. “Cuando el pecador, penitente y contrito delante de Dios, comprende el sacrificio de Cristo en su favor y acepta ese sacrificio como su única esperanza en esta vida y en la vida futura, sus pecados son perdonados. Esto es justificación por la fe... El perdón y la justificación son una y la misma cosa. Mediante la fe, el creyente pasa de la posición de rebelde hijo del pecado y de Satanás, a la posición de leal súbdito de Jesucristo, no en virtud de una bondad inherente, sino porque Cristo lo recibe como hijo suyo por adopción... De esta manera el hombre, perdonado y cubierto con las hermosas vestiduras de la justicia de Cristo, comparece sin tacha delante de Dios” (Fe y Obras, p. 108).

Cuanto más entendamos sobre la justificación por la fe, más gloriosa será, pero recuerden: “Sin el proceso transformador que se produce mediante el poder divino, las propensiones originales hacia el pecado permanecerán en el corazón con toda su fuerza, a fin de fraguar nuevas cadenas que impongan una esclavitud que nunca pueda ser rota por el esfuerzo humano” (Review and Herald, 19 de agosto, 1890). “Los hombres nunca podrán entrar en el cielo con sus viejos gustos, inclinaciones, ídolos, ideas y teorías” (Mensajes Selectos t. p. 217).

Pero, ¡alabado sea el Señor! A causa de la justificación por la fe, por la cual somos perdonados y renovados, la imagen de Dios queda sellada en la mente, en el corazón y en el alma, haciendo posible para el hombre “tener la mente de Cristo” como la tuvo el apóstol Pablo. Solo una persona santa puede entrar al cielo. Los oigo preguntar: ¿Cómo puede ser santa una persona? “Cuando el pecador, atraído por el poder de Cristo, se acerca a la cruz levantada y se postra delante de ella, se realiza una nueva creación. Se le da un nuevo corazón; llega a ser una nueva criatura en Cristo Jesús. La santidad encuentra que no hay nada más que requerir. Dios mismo es ‘el que justifica al que es de la fe de Jesús’ Romanos 3: 26 (Palabras de Vida del Gran Maestro, p. 128).

La recepción de un nuevo corazón y de la justicia de Cristo hace que un hombre sea santo. ¿Se imaginan eso?” De una persona que ha nacido de nuevo se puede decir: “La santidad encuentra que no hay nada más que requerir” (Ibíd.).

¿Podemos pedir algo más? Pero, no olviden que un hombre nunca se sentirá santo ni admitirá serlo, sin embargo, así lo ve Dios debido a la justicia de Cristo que le es imputada. Aún más, por el mismo proceso, es idóneo para el cielo. Nacido nuevamente y convertido, que es lo mismo.

“Cuando el pecador se convierte, recibe el Espíritu Santo que lo hace un hijo de Dios y lo prepara para la compañía de los redimidos y de las huestes angélicas. Es hecho un coheredero con Dios” (Mensaje Selectos, t. 2, pp. 551, 552).

“La gracia de Cristo purifica mientras perdona, y prepara a los hombres para un cielo santo” (A Fin de Conocerle, p. 338).

Es la justicia de Cristo que reside en el hombre la que lo justifica y capacita para el cielo. “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Colosenses 1:27).

Una vez completa la justificación, recién empieza la santificación, porque Jesús comienza a vivir su vida dentro del hombre, imputándole su justicia y haciéndolo más y más digno del cielo, mientras éste desarrolla el carácter de acuerdo al modelo, Cristo Jesús. La experiencia del apóstol Pablo, será nuestra experiencia diaria. “Con Cristo estoy crucificado, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó, y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2: 20).

¿No es esta una noticia emocionante? Al perdonar la desobediencia pasada, Dios aplica su obediencia en la cuenta del pecador arrepentido, como si él mismo hubiera obedecido. “La ley demanda justicia, y ante la ley, el pecador debe ser justo. Pero es incapaz de serlo. La única forma en que puede obtener la justicia es mediante la fe. Por fe puede presentar a Dios los méritos de Cristo, y el Señor coloca la obediencia de su Hijo en la cuenta del pecador. La justicia de Cristo es aceptada en lugar del fracaso del hombre, y Dios recibe, perdona y justifica al alma creyente y arrepentida, la trata como si fuera justa, y la ama como ama a su Hijo” (Mensajes Selectos, t. 1, p. 430).

¿Captó el significado en la última línea? “Dios recibe, perdona y justifica al alma creyente y arrepentida, y la trata como si fuera justa, y la ama como ama a su Hijo”. ¿Porqué ama tanto Dios al hombre? ¿No es acaso que por medio del Espíritu Santo el hijo de Dios mora en el corazón del hombre? Entonces, no ve los trapos de inmundicia de la desobediencia, sino la justicia de su propio hijo morando allí en el corazón. ¡Qué Dios!. Dios nos ama como ama a su hijo. ¡Incomprensible!, Pero es verdad. ¡Qué salvación!

El verdadero cristiano no obra para ser salvo, hace la obra de Cristo porque es salvo. Una experiencia tal, llena el corazón de inexpresable gozo y paz, porque tiene una verdadera relación viviente con su salvador. Es una experiencia que hace posible, obtener la victoria sobre toda tentación y pecado, ¡qué seguridad ocasiona esto al hombre!.“Si usted está bien con Cristo hoy, usted está listo si Cristo viniera en este momento” (Heavenly places [En lugares celestiales], p. 227.) ¿No le gusta esa seguridad?

Pero, alguien puede preguntar: ¿Cómo puedo saber si estoy bien con Cristo? ¿Cómo puedo saber que Jesús con su justicia mora en mi corazón y en mi mente? “La justicia exterior da testimonio de la justicia interior” (Mensajes para los Jóvenes, p. 32).

La quinta condición es la obediencia continua. Es por medio de la obediencia que mantenemos nuestro estado de santificación. Pero, también descubrimos que la obediencia continua es la única forma en que podemos retener nuestro estado de justificación. “Pero al paso que Dios puede ser justo y, sin embargo, justificar al pecador por los méritos de Cristo, nadie puede cubrir su alma con el manto de la justicia de Cristo mientras practique pecados conocidos, o descuide deberes conocidos. Dios requiere la entrega completa del corazón antes de que pueda efectuarse la justificación. Y a fin de que el hombre retenga la justificación, debe haber una obediencia continua mediante una fe activa y viviente que obre por el amor y purifique el alma” (Fe y Obras, p. 103).

Ahora, una gran verdad más. ¿Sabían que mientras mantenemos nuestra justificación y nuestra santificación, la vida eterna ya ha empezado para nosotros aquí y ahora? ¡Oh amigos, esto es real!. “El que tiene al Hijo, tiene la vida” (1 Juan 5:12).

“Por el Espíritu es como Cristo mora en nosotros; y el Espíritu de Dios, recibido en el corazón por la fe, es el principio de la vida eterna.” (El Deseado de todas las Gentes, p. 352).

¡Qué gloriosa verdad! Mis amados, ¡Esta es una noticia apasionante!. Esta verdad está confirmada también por el apóstol Juan. “Este es el testimonio: Que Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida. Estas cosas, he escrito a vosotros que creéis en el Nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios” (1 Juan 5:11-13).

Con razón Pablo exclama: “Estad siempre gozosos. Dad gracias por todo, porque ésta es la voluntad de Dios para vosotros en Cristo Jesús” (1 Tesalonicenses 5:16, 18).

Con razón Elena de White proclama: “Predícala, ora por ella, cántala” (Signs of the Times, September 4, 1893).. Oremos: Amado Padre, que cada uno de nosotros experimentemos en este momento esta vital justificación por la fe. Que Cristo more en nuestros corazones. En el nombre de nuestro precioso Salvador Jesús, Amén.

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