CRISTO NUESTRA JUSTICIA - 3
La Justicia de Cristo Imputada e Impartida

Estas palabras; justicia imputada e impartida, son muy poco utilizadas últimamente. No obstante, son muy significativas en el plan de Dios para la salvación. El Señor me ha persuadido a dedicar este mensaje a ese tema para que lo comprendamos, y estemos listos para encontrarnos con Jesús cuando regrese. Al leer esta declaración de Elena de White, podemos ver que hay una gran diferencia entre la justicia imputada y la impartida.

“La justicia por la cual somos justificados es imputada; la justicia por la cual somos santificados es impartida. La primera es nuestro derecho al cielo; la segunda, nuestra idoneidad para el cielo” (Review and Herald, 4 de junio de 1895).

Oremos para que Dios nos ayude a entender este precioso don de la justicia de Cristo que justifica y santifica. Amante Padre: en nuestro tema anterior hemos aprendido la preciosa verdad que gracias a la justicia de Cristo, podemos empezar la vida eterna aquí y ahora. Por esto, alabamos tu nombre y te suplicamos que en este mensaje, el Espíritu Santo nos ayude a comprender cómo podemos obtener el derecho y la idoneidad para el cielo y estar preparados para vivir en la tierra nueva con Jesús. Te lo pedimos en el nombre de tu amado hijo, Amén.

Leo concerniente a la iglesia de Cristo: “para presentarla para sí, una iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga, ni cosa semejante; antes, que sea santa e inmaculada” (Efesios 5:27).

Sin duda, alguna vez visitaron una casa donde todo estaba impecable, las alfombras sin manchas, las paredes recién pintadas, no había platos sucios en la pileta y las ventanas hermosas y limpias relucían a la luz del sol. En el dormitorio, no había arrugas en la colcha. En realidad, toda la casa estaba tan limpia y atrayente que les hubiera gustado vivir allí. En este versículo, encontramos que Jesús no se está refiriendo a alfombras, ni ventanas, ni muebles, sino a su iglesia. Nosotros somos la iglesia que él describe, y Dios tiene un propósito final para su pueblo. Él quiere que cada miembro de su iglesia llegue a ser santo y sin mancha y cuando se cumpla este objetivo, su iglesia será gloriosa, sin mancha ni arruga ¡Alabado sea Dios, este blanco será alcanzado! Leemos: “Porque ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación” (1 Tes. 4:3).

Antes de examinar la justicia imputada e impartida, observemos el proceso de la santificación, porque la santificación es el medio que Dios usará para lograr su glorioso propósito para su iglesia. El proceso de la santificación produce santidad en nosotros, y la santidad, es justicia.

Permítanme ser más específico. Una persona justa, es un individuo que ha experimentado una entrega completa a Dios sin reserva, tanto en su mente como en su cuerpo. Por medio del poder del Espíritu Santo, Dios puede transformar el carácter para que sea sin mancha en Cristo Jesús.

¿Cómo puedo presentar este proceso en una forma tan simple que hasta los niños lo puedan comprender? He aquí una ilustración bíblica. Tomemos el ejemplo de Juan, un discípulo de Cristo.

Generalmente pensamos en él, como en el discípulo más afectuoso y el artista siempre parece representarlo recostado en el seno del Salvador, mirando el rostro de Jesús con ternura, con amor y compasión, pero les diré que esa no era la naturaleza de su carácter cuando Jesús lo llamó para ser su discípulo. El Espíritu de Profecía afirma que Juan tenía un carácter violento. Sabemos lo que es la violencia. Cerramos las puertas de los autos con llave, y también aseguramos las ventanas cuando viajamos a ciudades grandes, porque nunca sabemos si un vicioso decidirá abrirlas cuando paramos en una luz roja, para apuntarnos con un revólver. Juan tenía un espíritu violento que Jesús pudo cambiar, porque el Salvador diariamente le advertía, amonestaba y reprobaba, y, ¿cómo reaccionó éste al reproche?

Descubrió sus deficiencias y se humilló a sí mismo. Juan resistió sus malas tendencias y usó todas las energías disponibles para vencer. Lento pero seguro, Juan progresó. Cedió su temperamento pecaminoso al poder modelador de Cristo.

¿Está usted luchando con un mal temperamento? No se desanime. Dios puede darle la victoria así como Juan pudo alcanzar un carácter afectuoso. La clave secreta del cambio en el carácter de Juan se encuentra en el hecho de que él deseaba ser como Jesús. Quería que el amor de Cristo, lo transformara completamente. De esa forma, Cristo pudo hacer un trabajo de santificación en él, y los resultados fueron maravillosos. Este “hijo del trueno”, como lo describe la Biblia en Marcos 3:17, era alguien a quien temer. Al estudiar su vida, sentí que antes de conocer a Jesús, era el tipo de persona que si lo veía venir en la calle, mi primer pensamiento podía ser, “voy a doblar en esta callecita para evitar encontrarme con él”. Porque uno nunca sabía lo que podía hacer. Pero, ¡alabado sea Dios! Juan permitió que Cristo transformara completamente su vida, de tal modo que más adelante, Dios pudo darle una revelación divina en la cual él vio al redentor que había ascendido al cielo. Cristo pudo darle una revelación poderosa acerca de los eventos del último tiempo, mostrándole la destrucción final del reino de Satanás. Fue el poder santificador de Dios que cambió a Juan, de un pecador violento a un santo afectuoso.

Ahora, como contraste, examinemos la vida de otro discípulo, Judas. En su conexión diaria con Jesús, obtuvo solo una forma de santidad. Judas al igual que Juan, observó la misma paciencia, humildad y ternura expresadas por Jesús, pero no se humilló a sí mismo. En vez de desear un cambio en su vida, resistió al amor divino. Rehusó reconocer sus fracasos.

Juan y Judas, representan las dos clases de individuos que encontramos hoy en la iglesia de Dios. Ambas clases, profesan creer. Mientras Juan luchó seriamente contra sus faltas, Judas diariamente violaba su conciencia. Cedía a la tentación, en vez de ceder su voluntad a la de Cristo. Al hacer eso, rehusó la sabiduría divina. Judas eligió andar en tinieblas. Secretamente albergaba deseos pecaminosos, aún la codicia. Llenaba su mente con pensamientos tenebrosos y peor aún, albergaba dudas si Cristo era el hijo de Dios.

Permítanme hacer una pausa aquí por un momento para hablar brevemente acerca de la duda. Unos años atrás cuando era director de jóvenes de la Unión del Sur, a menudo me encontraba con un joven llamado Walter Rea, un joven pastor que asistía a las reuniones de obreros donde yo tenía que disertar. Descubrí que entre las reuniones, él trataba de atraer un grupo a su alrededor, para contarles sus últimos descubrimientos en cuanto a las obras de Elena White, en las cuales ella había usado las mismas palabras que otro autor en sus escritos y en consecuencia creaba duda acerca de su inspiración.

Lo aparté a un lado, y le dije que si continuaba proyectando dudas sobre esos escritos, algún día él mismo iba a perder la confianza y entonces llegaría a ser un enemigo de la verdad de Dios. Bien recuerdo su respuesta. Pastor Nelson, yo creo en los escritos de Elena de White. Ella es una profetisa de Dios, jamás me volvería contra sus escritos. Pero yo insistía firmemente: si continúas aferrándote a la duda, recuerda lo que te digo, algún día llegarás a ser un enemigo de la mensajera de Dios. Ahora, verán ustedes lo que sucedió. Después de años de tanta duda, él finalmente escribió el libro “La mentira White”, negando la validez de la misión de Elena White y de sus escritos. Les aseguro, no pueden albergar dudas y permanecer fieles a Dios.

Precisamente eso es lo que sucedió con Judas, continuó dudando cuando Cristo afirmó ser el hijo de Dios hasta que finalmente Satanás ganó total control sobre él, aunque profesaba ser creyente y era uno de sus discípulos. Espero que esta comparación los haya alarmado, porque ambos tuvieron las mismas oportunidades de estudiar el modelo divino.

Ambos se asociaban diariamente con Cristo, ambos escuchaban las enseñanzas de Jesús, ambos poseían serios defectos de carácter, ambos tenían el mismo acceso al poder divino, pero noten la diferencia. Juan entregó su vida para ser más y más como Jesús, llegó a ser un hacedor de la Palabra, fue santificado por su fe en Cristo, Judas por el contrario, resistió el poder transformador de la gracia y finalmente fue esclavizado por Satanás, mientras todavía profesaba ser su discípulo.

Perdóneme, pero debo hacerle esta pregunta. ¿Es usted un Juan o un Judas? Sé que usted ha sido atraído a Jesús, o no estaría leyendo u oyendo este mensaje. Si usted es un profeso creyente, actualmente es un discípulo de Cristo, pero debo preguntarle una vez más, ¿Es usted un Juan o un Judas? Oh, ¡Cuánto confío que sea un Juan en su vida diaria, que esté permitiendo que la justicia de Cristo lo santifique diariamente por medio de su gracia transformadora!. Como predicadores de la palabra, cuando queremos un ejemplo de lo que la santificación puede lograr, pensamos en Juan quien por experiencia propia enseña en su libro: “Todo el que tiene esta esperanza en él, se purifica así como él es puro” (1 Juan 3:3). Y una experiencia tal, se logra acatando la voluntad de Dios. Por eso dice: “El que dice que está en él, debe andar como él anduvo” (Juan 2:6).

Nunca debemos estar satisfechos con una profesión vacía, porque la santificación puede ser resumida en estas palabras: “Así como Dios es santo en su esfera, el hombre caído, por medio de la fe en Cristo, debe ser santo en la suya” (Hechos de los Apóstoles, p. 446).

El secreto para obtener una meta tal en esta vida es permanecer continuamente en el amor de Cristo, y Juan aprendió eso por experiencia. “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él. Dios es amor, y el que permanece en el amor, permanece en Dios, y Dios en él” (1 Juan 4:16).

Sí, es tan simple. Cuando Cristo habita en el corazón, la vida revelará una santidad práctica. El carácter será purificado. Una doctrina pura se unirá a las tareas de justicia. Los preceptos celestiales, formarán un conjunto armonioso con una práctica virtuosa y esto es lo que llamamos santificación. Y, amados míos, ésta es una experiencia de toda la vida. Leo: “La santificación no es obra de un momento, una hora, o un día, sino de toda la vida. No se la consigue por medio de un feliz arranque de los sentimientos, sino que es el resultado de morir constantemente al pecado y vivir cada día para Cristo. No pueden corregirse los males ni producirse reformas en el carácter por medio de esfuerzos débiles e intermitentes. Solamente venceremos mediante un prolongado y perseverante trabajo, penosa disciplina y duro conflicto.

No sabemos en el día actual cuán intenso será nuestro conflicto en el siguiente. Mientras reine Satanás, tendremos que dominarnos a nosotros mismos y vencer los pecados que nos rodean; mientras dure la vida, no habrá un momento de descanso, un lugar al cual podamos llegar y decir: Alcancé plenamente el blanco. La santificación es el resultado de la obediencia prestada durante toda la vida” (Hechos de los Apóstoles, pp. 447, 448).

Una experiencia tal, demanda que confiemos plenamente en Cristo.

“Así debe ser con todos los que contemplan a Jesús. Cuanto más nos acerquemos a él y cuanto más claramente discernamos la pureza de su carácter, tanto más claramente veremos la extraordinaria gravedad del pecado y tanto menos nos sentiremos tentados a exaltarnos a nosotros mismos. Habrá un continuo esfuerzo del alma para acercarse a Dios; una constante, ferviente y dolorosa confesión del pecado y una humillación del corazón ante él. En cada paso de avance que demos en la experiencia cristiana, nuestro arrepentimiento será más profundo. Conoceremos que la suficiencia solamente se encuentra en Cristo, y haremos la confesión del apóstol: ‘Y yo sé que en mí (es a saber, en mi carne) no mora el bien’. ‘Mas lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo’” (Romanos 7: 18; Gál. 6: 14.) (Los Hechos de los Apóstoles, p. 449).

Esto nos transporta a la base de nuestro tema. En el proceso de salvación, ¿cuál es la diferencia entre la santificación imputada e impartida? La inspiración responde a esta pregunta con la definición más clara que haya podido encontrar. Observen cuidadosamente. “La justicia por la cual somos justificados es imputada; la justicia por la cual somos santificados es impartida. La primera es nuestro derecho al cielo; la segunda, nuestra idoneidad para el cielo” (Review and Herald, 4 de junio de 1895).

Definamos el significado de estas dos palabras:

  • Imputada, significa acreditar inmediatamente a la cuenta.

  • Impartida, significa dar diariamente de la abundancia de uno, a otro.

  • La imputada sucede instantáneamente.

  • La impartida, sucede constantemente, durante toda la vida.

Ahora examinemos de cerca la frase “Justicia imputada”. Este es el término usado para describir lo que sucede cuando le pedimos a Dios que perdone nuestros pecados del pasado que hemos confesado, porque él instantáneamente nos justifica al imputar la justicia de Cristo al registro de nuestros pecados. Por lo tanto, podemos estar delante de Dios como si nunca hubiésemos pecado, y debido a esto, Dios nos da el título al cielo. ¡Alabado sea Dios!

Porque quiero que capten lo que realmente implica, permítanme ilustrarlo mejor usando esta alegoría de mí mismo. Digamos que yo soy un joven casado. Tengo que mantener a mi esposa y a mis dos niños. Pero mi problema es que perdí mi trabajo y tengo dificultad para encontrar otro. Entretanto, estoy atrasado con el alquiler y mi esposa me dice que en casa, no hay nada para comer. Las alacenas están vacías y los niños tienen hambre. Afortunadamente tengo una pequeña cuenta de ahorros, así que voy al banco a buscar dinero para comprar comida y pagar algunas de las cuentas apremiantes. Me paro en la fila esperando mi turno, finalmente me acerco a la ventanilla con mi documento firmado para retirar $ 100.00 pero, al presentarlo, la empleada en la ventanilla tiene una expresión inexplicable en el rostro. En realidad, parece preocupada.

Finalmente me dice: Señor Nelson, no se los puedo dar porque usted sobregiró su cuenta en este banco por $ l00.00 en realidad, usted le debe al banco $l00.00 ¿Qué? Estoy desconcertado. No sospechaba que mi cuenta estuviera tan mal. No sólo estoy sin trabajo y con muchas deudas como el pago del alquiler, sino que también le debo al banco y hoy mis hijos tienen hambre. ¿Qué voy a hacer? Parado justo detrás de mí, en la misma línea, está un hombre muy compasivo que me conoce, porque trabajé para él más de una vez. Dios lo ha bendecido abundantemente y él ha ayudado a muchos en su momento de necesidad. Viendo mi dilema, se adelanta y habla con la empleada y le dice: tome $100.00 dólares de mi cuenta y acredítelos a la cuenta de este hombre. Yo casi no puedo creer lo que escucho. Instantáneamente ya no le debo al banco un centavo. Mi cuenta ha sido totalmente pagada. Este amigo ha imputado crédito de su cuenta a la mía. 

En otras palabras él me dio algo que no era mío, sin embargo, al acreditarlo a mi cuenta, canceló mi deuda. Me vuelvo hacia él con una gran sonrisa, agradecido por su generosidad, le doy la mano y salgo del banco y allí me paro. Es demasiado bueno para creerlo. Cuando hago una pausa para evaluar mi situación y decidir que hacer para conseguir comida para mi familia, el mismo hombre sale y cariñosamente me pone una mano en el hombro y con la otra pone un billete de $100.00 en mis manos y me dice: “señor Nelson, usted todavía está en un apuros. Sus chicos necesitan ropa y tienen hambre, vaya al mercado y compre la comida necesaria. ¿Cómo puedo demostrarle mi reconocimiento y gratitud? Porque este hombre ve mi necesidad y me dice: “quiero que cada mañana, mientras necesite ayuda, me llame por teléfono y me diga cuánto necesita para ese día”. Mis necesidades cotidianas serán suplidas por este buen hombre que me las impartirá diariamente. Justo lo que necesitaba para hacer frente a mis necesidades. Quiero cooperar con él, llamándolo a diario y haciendo frente a mis necesidades financieras, como ser; ir de compras etc. ¡Alabado sea Dios!.

En esta alegoría descubrimos el significado de la justicia imputada e impartida. Así es exactamente como Dios provee para las necesidades de los pecadores. No solamente imputa perdón instantáneo por nuestros pecados del pasado al mismo tiempo que cancela nuestra deuda, sino que los cubre con la justicia de Cristo. Esto nos proporciona derecho al cielo, pero necesitamos algo más. Necesitamos la justicia impartida de Cristo para nuestra santificación diaria, porque la justicia de Cristo aplicada en nuestros corazones nos da poder para vencer diariamente todas las tentaciones y pecados.

Además, por medio de este proceso de santificación, llegamos a ser cristianos victoriosos, porque el Espíritu Santo nos capacita diariamente para el cielo, donde jamás pecaremos otra vez. Cristo, mientras estuvo en la tierra nos demostró en su vida diaria cómo se realizará esto. “La humanidad de Cristo estaba unida con la divinidad y en esa fortaleza podía soportar todas las tentaciones que Satanás acumulara contra él, y sin embargo mantendría su alma inmaculada sin pecado. Y ese poder para vencer, Cristo lo daría a cada hijo e hija de Adán que aceptara por fe los justos atributos de su carácter... Demostró que, por el arrepentimiento y el ejercicio de la fe en la justicia de Cristo, el pecador puede ser reconciliado con Dios y puede llegar a ser participante de la naturaleza divina, venciendo la corrupción que hay en el mundo debido a la concupiscencia” (Mensajes Selectos, t. 1, p. 262).

Y ¡qué tremendo es este poder que está disponible para todos nosotros!

“Los hombres pueden tener un poder para resistir el mal: un poder que ni la tierra, ni la muerte, ni el infierno pueden vencer; un poder que los colocará donde pueden llegar a ser vencedores como Cristo venció. La divinidad y la humanidad pueden combinarse en ellos” (Ibíd. p. 479).

Ahora, recordemos la historia de las diez vírgenes. Elena de White nos dice: “Contó a sus discípulos la historia de las diez vírgenes, para ilustrar con ese suceso la experiencia de la iglesia que viviría precisamente antes de su segunda venida” (Palabras de Vida del Gran Maestro, p. 336). Y amigos, se está refiriendo a nosotros.

“Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes, que tomaron sus lámparas, y salieron a recibir al novio. Cinco eran prudentes, y cinco insensatas. Las insensatas tomaron sus lámparas, y no llevaron aceite extra con ellas. En cambio, las prudentes tomaron aceite en sus vasijas, junto con el de sus lámparas. Y como el novio tardaba, todas cabecearon y se durmieron. A medianoche oyeron el clamor: ¡Ahí viene el novio! ¡Salid a recibirlo!’ Entonces todas las vírgenes se levantaron, y arreglaron sus lámparas. Las insensatas dijeron a las prudentes: ‘Dadnos de vuestro aceite, porque nuestras lámparas se apagan’. Pero las prudentes respondieron: ‘Para que no nos falte a nosotras y a vosotras, id más bien a los que venden, y comprad’. Y mientras fueron a comprar, llegó el novio, y las que estaban preparadas, entraron con él a la boda. Y se cerró la puerta” (Mateo 25:1-10).

Aunque aparentemente no se note, hay una gran diferencia entre los dos grupos, las prudentes y las fatuas. “La clase representada por las vírgenes fatuas no está formada por hipócritas. Sus componentes manifiestan respeto por la verdad, la han defendido, tienen la intención de ir al encuentro del esposo, son atraídos hacia aquellos que creen y van con ellos teniendo lámparas que representan un conocimiento de la verdad. Cuando hubo un reavivamiento en la iglesia sus sentimientos fueron estimulados, pero fracasaron. No tuvieron aceite porque no disfrutaron diariamente de los principios de la piedad en sus vidas ni en sus caracteres. No han caído sobre la Roca, Cristo Jesús, ni permitido que su vieja naturaleza fuera quebrantada. 

No se puede obtener una piedad práctica al dar lugar a las grandes verdades de la Biblia, en el atrio externo del corazón. La religión de las Escrituras debe manejar todos los asuntos de la vida, sean grandes o pequeños. Debe proporcionar motivos poderosos y grandes principios que orienten el carácter y el curso de acción del cristiano...” (Review and Herald, libro 3, p. 291). “Quienes escudriñan las Escrituras con diligencia y mucha oración, y confían en Dios con una fe firme y obedecen sus mandamientos, están representados por las vírgenes sabias” (Recibiréis Poder, p. 18).

Las vírgenes prudentes, por fe guardan los mandamientos de Dios. Las insensatas no habían nacido de nuevo. Su vieja naturaleza [corazón] no había sido quebrantada, no tenían justicia imputada ni impartida. Es posible que haya habido períodos en sus vidas, en que fueron justificadas y hasta fueron santificadas, pero no persistieron.

“Las vírgenes fatuas se contentaron con una obra superficial. No conocieron a Dios. No se rindieron a la obra del Espíritu Santo” (Lecciones de Vida del Gran Maestro, p. 338), para proporcionarles impulsos y principios poderosos que influirían en sus acciones y cambiarían su carácter. ¡Ay! Al mismo tiempo que tenían buenas intenciones, que amaban la verdad e incluso la enseñaban, no siguieron el ejemplo que Cristo había dejado.

Ahora, consideremos a las vírgenes insensatas, con el correr del tiempo. Veremos que la diferencia entre los dos grupos aumenta y llega a ser más visible. Durante el tiempo de demora, la luz de las vírgenes insensatas disminuyó y se apagó. Si la luz de la parábola representa “un conocimiento de la verdad” como lo declara Elena de White, ¿qué significa entonces? Ella nos dice que las vírgenes insensatas, se convirtieron en agentes de Satanás, para pronunciar sus falsedades y transmitir su oscuridad.

El enemigo tiene hombres, en nuestras filas, por medio de los cuales trabaja para oscurecer la luz que Dios permitió brillar en nuestro corazón e iluminar los recintos de nuestra mente. “Hay personas que han recibido la preciosa luz de la justicia de Cristo, pero no actúan en conformidad con ella, son vírgenes insensatas. Prefieren los sofismas del enemigo más bien que el claro ‘así dice Jehová’” (Reflejemos a Jesús, p. 295). 

“Cuando las bendiciones de Dios descansaban sobre ellas para que fueran canales de luz, no fueron de esa luz a una mayor sino que permitieron la duda y la incredulidad, así que la verdad que habían visto, llegó a ser incierta para ellas” (Review and Herald, August, 19, l890). 

“Los que esconden su luz, pronto perderán toda habilidad de alumbrar. Son representados por las vírgenes fatuas y cuando llega la crisis y se hace el último llamado ‘He aquí viene el esposo, salid a recibirle’, encontrarán que mientras se han estado mezclando con el mundo, sus luces se apagaron. Ellas no continuaron abasteciéndose con el aceite de la gracia. La proclamación de paz y seguridad las hizo adormecer y les hizo descuidar su luz” (MS 4, 1898).

Las vidas de Juan, el discípulo amado y de Judas el traidor, son una excelente demostración de la experiencia de las vírgenes prudentes e insensatas. Aunque las vírgenes insensatas habían oído el precioso mensaje de la justificación y santificación por la fe, no obraron decididamente. 

Cuando nos acercamos al fin del tiempo, las vírgenes insensatas en la iglesia, serán más y más descuidadas mientras se mezclan con el mundo y permiten que las envuelva la duda y la incredulidad. Hasta que la crisis llegó repentinamente sobre ellas no se habían percatado que sus lámparas de la verdad se habían apagado, que esa verdad que una vez habían abrazado, había llegado a ser para ellas, oscuridad e incertidumbre. En vez de presentar “la verdad” al mundo, habían estado proclamando el error de Satanás, como ser, la nueva teología, el culto de celebración, etc.

¿No es esta la parte de la parábola de las diez vírgenes que se está cumpliendo en nuestro medio en este mismo momento? Así como Judas, las vírgenes insensatas terminaron traicionando a su Señor.

“El tiempo de prueba nos llega a todos, ¿cómo nos conduciremos bajo la prueba y el escrutinio de Dios? ¿Se apagarán nuestras lámparas o las mantendremos encendidas?” (Review and Herald, Libro 3, p. 292).

Consideren los hechos. Las cinco vírgenes prudentes, tenían aceite extra para sus lámparas. Cuando las vírgenes insensatas les pidieron que compartieran su aceite, ellas rehusaron. ¿Porqué? Porque “El aceite es la justicia de Cristo. Representa el carácter, y el carácter no es transferible” (Testimonio para los Ministros, p. 236). El aceite del Espíritu Santo, cambia el carácter por medio del proceso de la santificación. Por lo tanto, las vírgenes prudentes estaban preparadas para el cielo, y prontas para el esposo.

Ahora ustedes pueden comprender porqué las vírgenes prudentes no podían dar de su aceite. Obtenemos nuestra preparación para el cielo mediante el Espíritu Santo que mora en nosotros. Es un proceso de toda la vida en el cual la justicia de Cristo es impartida diariamente a nuestro carácter de acuerdo a nuestra necesidad. Es una experiencia personal y no puede ser transferida.

Amados, hablo francamente. Esposos, ustedes no pueden ir al cielo por el carácter de sus esposas, y esposas, ustedes no pueden ir al cielo por el carácter de sus esposos. Hijos, cuando lleguen a la edad de ser responsables de sí mismos, no pueden ir al cielo por el carácter de sus padres. También deben tener una infusión diaria de la justicia impartida de Cristo en su experiencia con Jesús.

Así que, siento el deseo de proclamar esto abiertamente. ¡Alabado sea Dios, él ha provisto una salvación completa para cada uno de nosotros! Cuando nosotros pedimos perdón por nuestros pecados pasados que ya hemos confesado, instantáneamente la justicia imputada está a nuestra disposición, y él nos la impartirá de acuerdo a nuestra necesidad diaria, cuando la pedimos con fe.

Elena de White expresa correctamente esto en el Comentario Bíblico “Cristo lleva el castigo de las transgresiones pasadas del hombre, e impartiendo a éste su justicia hace posible que el hombre guarde la santa ley de Dios” (Comentario bíblico, t. 6, p. 1092).

Mis amados, ¿Son ustedes vírgenes prudentes? ¿Se dan cuenta de este valioso regalo de justicia? ¿Ruegan a Dios diariamente por su justicia? ¿Permiten que la justicia impartida cada día transforme su carácter? ¿Anticipan cada día la venida de Cristo, para poder ir al cielo con él porque están preparados para vivir en la presencia de los santos ángeles donde nunca más pecarán?

Recuerden que esta experiencia fundamental, sucederá para las vírgenes prudentes cuando se derrame la lluvia tardía, porque esta las preparará para la traslación.

“Los que resisten en cada punto, que soportan cada prueba y vencen, a cualquier precio que sea, han escuchado el consejo del Testigo fiel y recibirán la lluvia tardía, y estarán preparados para la traslación” (Joyas de los testimonios, t. 1, p. 65).

Concluyo con estas palabras aleccionadoras. “En la tierra es donde debe adquirirse un carácter celestial o nunca podrá ser adquirido” (Testimonios Selectos, t. 3, p. 91).

Oremos. Amado Padre, por favor revélanos los pecados que no hemos confesado, para que al arrepentirnos y pedir perdón, supliquemos que la justicia imputada los cubra. Te imploramos que, por medio de tu justicia impartida, nos prepares diariamente para que podamos estar entre las vírgenes prudentes y prepararnos para vivir sin pecado en el cielo. En el nombre de Jesús, Amén.

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