Extractos y Reseña Crítica del Libro "El Vaticano Contra Dios" - 3

Recursos para ascender al liderazgo de la Iglesia.

"El predominio del ansia de poder más desenfrenado, el reinado de la megalomanía de los ascensos y de la más cínica desfachatez de los favoritismos rayanos en la corruptela, todo eso se puede encontrar en el Vaticano" (153). "Así se producen ciertos ascensos: mediante compromisos, presiones, maniobras y delaciones… Y la gratitud se convierte casi siempre en aval y esperanza de futuros favores, recíprocos, naturalmente. Son vicios y defectos de la Curia que ya aburren hasta a los corderos" (154). "Revisten el bien con impúdicas palabras, es decir, con calumnias, y el mal con espléndidas falsedades y, una vez camufladas de tal guisa, no pudiéndolas presentar a Dios omnisciente que las rechazaría con desagrado, se las presentan a su Vicario en la tierra, ignorante de la verdad, para que elija el mal disfrazado de bien y rechace el bien mancillado por las calumnias. Tras haber obtenido la aprobación del proyecto, dicen que ha sido obra del Espíritu Santo, el cual no tiene absolutamente nada que ver con semejantes engaños" (154).

"Mediante uno de estos juegos sucios un prelado norteamericano había conseguido ocupar un lugar preeminente en la Curia… Dio mucho que hablar a causa de la extraña manera que tenía de llevar a cabo ciertas tareas extraordinarias de despacho, encerrado hasta muy tarde con algunos apuestos jóvenes… Se hablaba mucho acerca del motivo de aquellos encierros nocturnos", por lo que "fue destinado a una gran archidiócesis de su país. El lo aceptó, pero con una condición: que para compensarle de la molestia del cambio, aquella archidiócesis fuera también sede cardenalicia. Poco después, casi por consenso divino, el prelado americano tan aficionado a los servicios ‘extraordinarios’ fue nombrado cardenal de la Santa Iglesia Romana" (155).

"También en el Vaticano…, hay quienes someten a una caza despiadada a otros hermanos monseñores con maldad y sádico placer de humillar y destruir al antagonista, pues mors tua vita mea, ‘tu muerte es mi vida’" (33). Los "afortunados escaladores que suben hacia el liderazgo de la iglesia, tienen necesariamente que jugar con las cartas cubiertas hasta la última mano para poder eliminar al adversario. El aspirante, a medida que se acerca a la ansiada meta, perfecciona su método competitivo, mezclando la astucia, la humildad interesada, la hipocresía y la caridad fingida. Un mundo hecho de rivalidades cuya escala jerárquica se va desarrollando suavemente, con auténticas batallas a base de golpes y codazos… Los ‘trepas’… se apropian de los méritos ajenos y se los atribuyen a sí mismos con el mayor descaro" (34).

"No es posible que, mientras la sociedad prepara el futuro de la informatización, la telemática, la programación interplanetaria de la informática, la astrofísica y la astronáutica, la iglesia se siga limitando a elegir a sus obispos a través de las recomendaciones e indicaciones de lo interesados directos, protegidos y protectores" con ambiciones que recurren a "las más inimaginables lisonjas y engatusamientos" (113). "Durante sus dos mil años de existencia", según los milenarios, la Iglesia ha recurrido siempre a este "criterio mezquino y arbitrario de echar mano de ciertos sacerdotes, casi siempre arribistas y amantes del mangoneo", consiguiendo para éllos "recomendaciones de prelados amigos", para que ejerzan el episcopado.

"Los monseñores de la Curia difícilmente permanecen aislados. Si un prelado decidiera mantenerse aislado, cortaría el cordón umbilical que lo une a los demás y quedaría fuera de la liza… La red de complicidad y de servilismo" hace que "no se admita la discrepancia; el ‘arrepentidismo’ es un neologismo eliminado del vocabulario de Estado" (120-121). De esta forma, "los dignatarios de la Curia pertenecientes al clan van subiendo en racimos, como las cerezas. Eliges a uno y se agarran diez o veinte, sin contar la pléyade de aduladores que los rodean. Se trata de toda una serie de pequeños contubernios que tienden a amalgamarse para defender sus intereses chauvinistas, todos ellos ávidos de carrera y de dinero bajo la forma de corruptelas y favores personales. Centros de poder para mandar, complacer y escalar hacia la cumbre, todos ellos dominados por la figura de un jefe de cordada de calibre casi siempre cardenalicio" (121).

"Cuando el promotor de la injusticia consigue la indebida promoción de su favorito por delante de los demás, trata de convencer a los alborotadores de que cualquier protesta será inútil, pues el ascenso está en regla por haber sido aprobado por uno de más arriba, quien la mayoría de las veces es ajeno a todos estos tejemanejes. En cambio, cuando se pretende generar sospechas sobre un cadidato a la destitución, se hace justo todo lo contrario" (173).

El secreto pontificio.

La Oficina de Personal es "el más secreto e importante" cargo "de la Secretaría de Estado", ya que allí "se guardan los expedientes de los más altos dignatarios destinados a los vértices de la Iglesia… En esta oficina, los destinados a hacer carrera se inscriben en el registro blanco, con sus correspondientes expedientes no menos blancos y transparentes; en cambio, los repudiados, es decir, los destinados a las catacumbas, si adquieren notoriedad, se inscriben en el registro negro, junto con un montón de notas opacas, oscuras y dudosas" (143).

"En los despachos de la Administración del Estado, el superior directo suele informar a cada funcionario acerca de las notas características de su persona y sus cualidades generales y específicas… En caso de que [el funcionario] no las comparta en su totalidad, se abstiene de firmarlas y recurre a su derecho… a protestar ante los órganos superiores. En cambio, en el ambiente eclesiástico vaticano las notas personales se redactan todas en secreto y a espaldas del interesado, que jamás podrá exigir conocerlas o leerlas. Todas las fichas personales se guardan en un armario ultrasecreto jamás accesible a los no enterados…" (311-312).

"Marcados y fichados por el sistema, los funcionarios eclesiásticos jamás podrán exigir el derecho de conocer el contenido de sus notas personales. El superior no está obligado a revelárselas, pero sí a redactarlas, siempre sin que lo sepa el subornidado, para mostrarlas a los que decidirán su futuro, ascendiéndolo o degradándolo. El funcionario de la Curia sabe que las notas sobre su persona se difundirán por el éter como las musicales y perforarán los tímpanos de todos los oídos menos los de los suyos" (312).

"Ciertos miserables proyectos se llevan a efecto mediante el abuso, el subterfugio y la mentira…, al amparo del secreto pontificio que… les sirve de escudo" (173). "Bajo la capa del secreto pontificio, el misterio de la impiedad tiende a convertir la verdad en ‘prisionera de la injusticia’. Los secretos sobre los colaboradores de la Curia, en especial si son de carácter calumnioso, sólo se ocultan rigurosamente al interesado; en cambio, todos los demás los pueden conocer… La indecencia del secreto pontificio sólo favorece las sucias maniobras de los superiores y de los protegidos en su propio beneficio y en detrimento de los que tienen derecho a conocerlos por justos motivos" (221).

"La Curia romana es la sala de los espejos, desde cuyas paredes el uno espía al otro: partida en dos de esta manera, una mitad controla a la otra mitad y cada una de ellas considera a la otra un conglomerado de espías, chivatos y espiados" (221). "Una espesa capa de secreto malentendido envuelve los hechos y a los hombres en las estancias selladas de una celosa corte bizantina tan poderosa como despiadada. En semejante ambiente, la maledicencia que se murmura en secreto se tiene que hacer circular; con la condición de que el interesado no se entere jamás" (221-222).

"Maquiavélicamente, el fin de promover a alguien en lugar de otro, a quien le corresponde por derecho, justifica los medios… y precisamente el secreto pontificio, aunque ello destruya el tejido de la lealtad interpersonal que es indispensable en toda pacífica y fraterna convivencia" (222). "El poder de la inviolabilidad del secreto pontificio favorece al calumniador y castiga al inocente, a quien se niega prácticamente el derecho a pedir que se le haga justicia. El procedimiento del secreto resulta muy cómodo incluso en las cuestiones administrativas, en las que debería imperar la máxima claridad" (222). [Idéntico al proceder de la Inquisición Medieval]

"La mayor parte de las actividades de la Curia está por tanto rigurosamente protegida por este secreto profesional, llamado en latín Sub Secreto Pontificio… Lo que ocurre es que los dos términos ‘secreto’ y ‘pontificio’ se separan y se convierten en dos láminas de hielo a la deriva. La del secreto envuelve al interesado y lo bloquea en una especie de hibernación. La otra, la del pontificio, se funde con el calor del público, que se desencadena contra el desventurado no apreciado y susurra, sibila y comenta, siempre en secreto, verdades mezcladas con calumnias, hechos y fechorías magnificados y cualquier otra cosa que quepa imaginar, todo ello condimentado algunas veces con una interesada caridad fraterna, con la cual se finge extender un manto de misericordia: ‘¡Debilidades humanas, pobrecito!’ Pero, si su caridad es tan cruel, ¿cómo será su justicia?" (222-223).

"En los momentos más duros, un consagrado se siente inerme y derrotado ante la perfidia de sus hermanos, propagadores de calumnias y pobres diablos que se apartan de él para no mancharse a su lado, dejándolo a la deriva al más mínimo soplo de vientecillo calumnioso… Cuando se quiere echar a alguien, basta la mordaza de la sospecha, casi siempre sobre cuestiones de moralidad: medias verdades y medias mentiras, sutiles palabrerías y latentes denigraciones sembradas en secreta confianza… Quede claro que el que propaga acusaciones y rumores contra el prójimo en cuestiones de moralidad no es limpio y puro como el cisne de Lohengrin, aunque finja tener buen cuidado en no mancharse el pico y las plumas; su interior seguro que tampoco es tan inmaculadamente blanco" (223).

"Otra clase de secreto todavía más pérfido" se da "cuando se quieren ocultar ciertas maniobras no muy limpias a propósito de la desviación de ascensos arrebatados a quienes correspone y otorgados a quienes no lo merecen… Las trampas, los enredos y los abusos de la casta de los protectores quedarán bien guardados en la caja fuerte de los secretos del despacho, sin la cual el superior tramposo se vería descubierto con las manos en la masa" (224).

"Otras veces, el secreto pontificio sirve de excelente coraza protectora y salva de lamentables consecuencias al testigo falso que, de esta manera, puede decir todo lo que quiera e incluso inventárselo a petición del candidado sin temor a que nadie lo pueda desmentir. En el estuche acorazado del secreto pontificio, intransmisible e incomunicable, el infame detractor se encuentra tan a salvo como un parásito dañino en un capullo…" (224). "El sacrilegio es la violación del secreto, jamás la injusticia y la calumnia contra el subordinado" (233).

"Hay que cortar de raíz la vergüenza del necio secreto pontificio que sólo beneficia a los manipuladores" (116). "Hoy más que nunca la Iglesia se traga los obispos elegidos con un método que a lo largo de dos mil años ha demostrado ser extremadamente estúpido, por su carácter de recomendación, siguiendo las interesadas indicaciones de personajes que se ocultan detrás del llamado secreto pontificio, que siempre es un secreto a voces" (118). "La Iglesia de Cristo tiene que adquirir agilidad y perder el lastre que la ata a los retorcidos enredos del vaticanismo… Está condicionada por la actuación de las distintas camarillas y sometida a un puñado de embaucadores… y conspiradores vestidos de escarlata" (119). "¡Ha llegado la hora de liberar a la Iglesia de Dios de las ataduras de un sistema que la aprisiona!" (119).

La masonería.

El sistema de secretismo católico ayuda, según parece, a la infiltración de la masonería. "Entre las culturas más exclusivas, la romana es la más cerrada, pues ni siquiera los títulos aristocráticos y nobiliarios son suficientes para entrar en ella. Y, sin embargo, la masonería entra fácilmente… y se mimetiza a la perfección" (264). "La masonería se encuentra en el Vaticano como en su casa, aunque su círculo recreativo esté en otro lugar", y es a través de élla que se mueven muchos de los fraudes y fugas de capital del Banco del Vaticano (272). "Pablo VI se percató de la presencia masónica en el Vaticano y lo proclamó ante el mundo: la llamó ‘humo de Satanás’" (273).

Entre las diferentes logias que operan en el Vaticano, la "Loggia Ecclesia" "está en contacto directo con el gran maestro de la Logia Unida de Inglaterra, el duque Michael de Kent. Dicha logia actúa en el Vaticano desde el año 1971. A ella pertenecen más de cien personas entre cardenales, obispos y monseñores de la Curia que consiguen mantenerlo en el más absoluto secreto, pero no hasta el extremo de escapar de las investigaciones de los hombres del poderoso Opus Dei" (267).

"La masonería ha dividido el territorio vaticano en ocho secciones, en las que actúan cuatro logias masónicas de rito escocés cuyos adeptos, altos funcionarios del pequeños Estado vaticano, pertenecen a él con carácter independiente y, al parecer, no se conocen entre sí, ni siquiera con los tres golpecitos de la yema del pulgar" (267). El atentado de Alí Agca contra Juan Pablo II estuvo ligado a la logia P2 o Loggia Ecclesia (270). Los milenarios no sólo documentan con artículos en revistas católicas esta infiltración masónica, sino que también detallan los pasos que da la masonería para adherir miembros de la curia aún en los más altos niveles, aprovechándose del ansia por escalar posiciones (276ss).

Métodos inquisitoriales.

"No es cierto que la Inquisición haya desaparecido del todo: en realidad se ha perfeccionado. En el ambiente vaticano se respira un sutil estado inquisitorial latente y asfixiante que espía y ficha al personal según determinados prejuicios. Los inquisidores, a las órdenes de su prepotente superior, desempolvan el antiguo arte y desencadenan el ataque de sabotaje en el momento más adecuado contra la presa que jamás sabrá cómo y por qué la han apartado del servicio" (234).

"Al género inquisitorial de vasto consumo pertenece el aparato telefónico vaticano… Es completamente normal que un superior de la Curia solicite y obtenga sin dificultad la intervención del teléfono de un subordinado, sin necesidad de ninguna otra autorización y sin previo aviso al interesado, cuyas llamadas… serán traidoramente intervenidas y grabadas" (234). "Todos los empleados del Vaticano saben que su teléfono, si todavía no lo está, podría ser intervenido en cualquier momento. Cuanto más prestigioso es un prelado, tanto más fundadas son sus sospechas de que puedan haberle pinchado el teléfono" (235).

"Registros policiales de los cajones del despacho del sospechoso, que jamás se enterará de la incursión" son "hechos frecuentes y a la orden del día, siguiendo las directrices del celoso superior en busca de culpables" (235). Ante la reacción de un prelado que dijo que "el que se rebaja hasta este extremo es capaz de encontrar en aquellos cajones lo que jamás ha habido…; basta llevarlo desde fuera para que después se encuentre ‘casualmente’ durante el registro"; replicó el cardenal que "los de arriba no se han detenido a juzgar el método sino a Ud., el sospechoso, que ha resultado acusado" (236). "Para quienes inmolan su vida en beneficio de la transparencia de la Iglesia, todo ello se convierte en un martirio silencioso semejante al de los condenados a trabajos forzados en los campos de exterminio" (236).

"El juez [eclesiástico] se convierte fácilmente en inquisidor, es decir, no en un examinador imparcial…, sino en un investigador de las pruebas presentadas contra el acusado, en un policía que reúne todas las informaciones necesarias sin que nadie lo moleste. De ahí que el secreto tenga que proteger su actuación durante el mayor tiempo posible" (242). "Al acusado no se le concede la oportunidad de recurrir. ‘La justicia sin la caridad se petrifica; la caridad sin justicia se pudre’" (242).

Los líderes pretenden ocupar el lugar de Dios.

"En la Curia romana el superior se atribuye la facultad que sólo corresponde a Dios, es decir, se convierte en norma moral de todas sus acciones. ‘Seréis como Dios’, aseguró la serpiente… El súbdito, pasito a pasito, intenta ascender por un tobogán encerado, siempre en la inseguridad y el temor de retroceder y volverse a colocar en el último lugar de la fila. Su vida está siempre en vilo sobre la cuerda floja entre la espera y los retrocesos del sistema" (288).

"El superior está autorizado a anteponer, posponer o discriminar a cualquiera que pertenezca al ámbito de su despacho. Su voluntad es ley… El emprendedor miembro de la Curia acaba por convencerse de que cumple la voluntad divina cuando consigue hacerla converger o, mejor todavía, torcer para que coincida con la suya…, como si tuvieran a Dios en sus manos" (150). "Estos hombres de Iglesia que dan órdenes recurren de muy buen grado al tema de la voluntad de Dios, identificándola en cierto modo con su propio interés, al que todos los súbditos deben acatamiento sin límites y sin discusión" (41).

El resultado es "una elipsis teológica muy en boga que corresponde a las equivocadas expresiones ‘La Iglesia quiere, la Iglesia no quiere; la Iglesia ordena, la Iglesia obliga; la Iglesia aprueba; la Iglesia censura; la Iglesia prohibe, la Iglesia admite; la Iglesia confirma tal fenómeno; la iglesia no ve nada sobrenatural en aquella aparición o en aquella persona’. Con ello se hace referencia, por el contario, a ciertos hombres y eclesiásticos que manejan los hilos del poder… y que muchas veces han hecho pronunciamientos erróneos" (46). Pero "la Iglesia de Jesús sólo tiene una manera de gobernar: sirviendo" (47).

Sin embargo, el autor del libro concede, equivocadamente también, la facultad de algunos prelados como el padre Pío "de leer el corazón y la mente de quienes tenía delante, lo cual" presumen los milenarios, "le permitía conocer los pensamientos y los pecados de los que recurrían a él o de otros" (55). [Sobre un error equivalente se funda todo el confesionario romano, pues olvidan que sólo Dios puede perdonar pecados, ya que, como dijo Salomón, "sólo tú (Dios) conoces el corazón de los hombres" (1 Rey 8:39; véase Luc 5:21). Además, los milenarios olvidan incluir en este contexto, entre los tantos pasajes que han citado de la Biblia, el del apóstol Pablo que advirtió que el anticristo se sentaría en medio de la Iglesia haciéndose pasar por Dios (2 Tes 2:3-4)].

Contradicciones en el proceder del Santo Oficio

Para mostrar que la iglesia vertical se equivoca a menudo, a pesar de querer arrogarse el lugar de Dios, se presenta el caso del padre Pío de Pietralcina, considerado por los fieles (la base), como santo taumaturgo, mientras que a principios de siglo el Santo Oficio (el vértice) "lo veía como un ‘peligroso embaucador y corruptor de las costumbres’", con "fingida santidad visionaria y milagrera" (51). También lo acusó en 1960 de ser "inmoral por ciertas relaciones sexuales con algunas de sus penitentes" que pudieron probar por cintas grabadas que pusieron en su confesionario" (52). Pero como el lugar donde este sacerdote actuó es visitado hoy por siete millones y medio de peregrinos cada año, el mismo Santo Oficio está por declararlo santo. Se pregunta el autor si los que se equivocaron fueron los que están en el vértice o los fieles que siguen honrando a ese sacerdote y que están en la base.

Don Luigi Orione, un ardiente defensor del padre Pío y a quien se le atribuía el "don de la bilocación", fue acusado también por la Curia de inmoral por "mantener contactos carnales con distintas mujeres, y murió de sífilis. Estando aún en vida, la policía tenía que intervenir para mantener el orden dado el inmenso gentío que se agolpaba en torno a él, dadas las virtudes que la gente le atribuía. Sin embargo, para elevarlo al "honor de los altares", años después de su muerte trajeron el presunto testimonio de un barbero que al morir se confesó y dijo haberle hecho "una pequeña herida aparentemente involuntaria en la nuca" para inyectarle "pus sifilítico" mientras simulaba desinfectarla.

"Ciertos organismos eclesiásticos miran con sospecha y desconfianza, cuando no con abierta desaprobación y persecución, a estas almas" para luego de muertas, escribir "sus biografías", aprobando "sus dones" y difundiendo "su mensaje profético" (57).

Consecuencias nefastas.

"La indiferencia del ambiente no deja espacio para los gestos de solidaridad con el que sufre los abusos y las discriminaciones… Cuando se quiere aislar a alguien en un despacho, se empieza a quemar la tierra a su alrededor y la convivencia con él adquiere un carácter difícil y asfixiante" (34). Esto cuadra con el sistema católico, ya que "el continente vaticano gusta de que las personas sigan siendo islas lejanas a fin de vigilarlas mejor desde su observatorio" (36).

"La mediocridad, que nunca ha sido una exigencia en la sociedad, sí lo es para la Curia vaticana, para la cual el conjunto de sus subordinados es un variado grupo de personas carentes de aspiraciones… El porcentaje en el criterio de elección de eclesiásticos es de un noventa y nueve por ciento de dóciles y sumisos. El pequeño porcentaje de eclesiásticos de carácter fuerte se considera un peligroso error de valoración" (36). "Un puñado de superhombres que se arrogan el derecho de gobernar con poder absoluto e ilimitado, deja reducido al cuerpo de los subordinados de la Curia a algo así como un conjunto de robots cuya misión consiste en ratificar la actuación del jefe. Los subordinados aprenden a asentir sin discutir… Un soliloquio en forma de diálogo" (37).

En consecuencia, "la Curia romana… considera a sus subordinados tal como los quisiera y, entretanto, los forma tal como ellos no hubieran querido ser: en una vida en la que lo verdadero se acompaña de lo falso y el sentido común se acompaña de los prejuicios y la sospecha" (38). Se olvida que "el Espíritu Santo rechaza la monotonía de las cosas prefabricads y estandarizadas. Da a cada cual una vocación distinta según su personalidad" (38).

"Hacer carrera en este contexto significa simplemente pegarle una puñalada trapera a los demás compañeros… Es una competición salvaje que anula la caridad evangélica y el sentido de la fraternidad. Todo ello comporta la caída de todos los estandartes ético-sociales, salvando siempre las apariencias y la fachada. La voluntad humana presentada como divina" (39).

Los abusos de poder y la arbitrariedad.

"Generalmente un dicasterio… se puede transformar en un ambiente minado de reptante clandestinidad, inefables humillaciones, tácito terror y sutiles extorsiones, en cuyo interior vagan como fantasmas inalcanzables y escurridizos los protegidos recomendados. Los demás funcionarios, aislados y amorfos dentro del contexto, no pueden hacer nada individualmente y comprueban que no hay nada que hacer. La arbitrariedad, a pesar de estar suspendida sobre las arenas movedizas de la ilegalidad y la prevaricación, convierte en ley cualquier extravagancia del jefe y todos están obligados a cumplirla al pie de la letra" (189).

Se reproduce la misma escena pomposa de los antiguos emperadores romanos, según se documenta. En efecto, "en la Curia… perdura imperturbable el más descarado feudalismo, el superior vanidoso rebasa con arrogante imbecilidad el justo principio de la autoridad y cae en el autoritarismo" (217). "La táctica tiránica de los que detentan el poder consiste en sembrar la discordia entre los eclesíasticos de un mismo despacho para que se enfrenten unos a otros, pues saben muy bien que, si se mantuvieran unidos, opondrían resistencia al déspota. La trampa diabólica se propone crear desavenencias entre los colaboradoes para que todos desconfíen de sus compañeros" (231).

"Hay que estar en guardia contra el imprevisible odio clerical, en el que el amor y el odio están situados a ambos extremos de una sutil gama de egoísmo que crece o disminuye según se acerca a uno de los polos. La calumnia… es como una avispa importuna, contra la cual es mejor no moverse a no ser que se tenga la certeza de que se la podrá golpear a muerte… Existen a menudo relaciones sospechosas entre los jefes religiosos y los infames delatores" (232).

"La información en la Curia está viciada por los biombos ideológicos de un ambiente preocupado por salvar la autoridad, al superior. Semejante planteamiento lleva a interpretar la ley en beneficio del superior y a superponerse a la situación de la Curia. El consumo de la noticia a favor o en contra se propaga según una orientación preconcebida" (241). "A veces se preparan informaciones e inspecciones guiadas con mando a distancia, siempre diluidas y cuadradas a gusto de la autoridad que las encarga… La sentencia sólo podrá ser un respaldo al superior—que siempre tiene la sartén por el mango—en perjuicio del subordinado que ha osado enfrentarse con él. La sentencia del tribunal ha de parecer impecable y por eso el juez deposita el mayor empeño en hacer saber que la equidad y la imparcialidad han sido respetadas…, remitiéndose a verdades axiomáticas e irrefutables" (241).

"El más maltratado por los no enterados, es decir, por los periodistas, es el tribunal de la Rota Romana, con su colegio formado por los prelados auditores, que se separó de la Cancillería Apostólica bajo Inocencio III (1198-1216) como tribunal adscrito a las causas del Papa. El nombramiento de los auditores corresponde al Papa… En 1870 su actividad había cesado por completo; bajo Pío X se reanudó. El 1 de febrero de 1994 Juan Pablo II dio un mejor ordenamiento a este tribunal… Se trata de un tribunal de apelación de segunda y tercera instancia" (243).

"Donde no existe ningún recurso para luchar contra los abusos de poder del superior de la Curia, se sigue utilizando el anticuado método de la suplantación en los ascensos… Contra semejante prepotencia, no se puede recurrir a ninguna institución de solidaridad, puesto que no existe… El superior sigue adelante impertérrito, pues sabe muy bien que los desgraciados no le podrán devolver la ofensa. El prestigio del superior se tiene que salvaguardar en todo momento aunque sea a expensas de la justicia tribunicia" (287).

"Ningún estudioso se asombra hoy… del antiguo nepotismo pontificio que hubo en la Iglesia desde la Edad Media hasta el Renacimiento. Todo eso pertenece al pasado. En nuestra época están de moda las nidadas, las corrientes y los favoritos de todo tipo… Entre aquello y lo de ahora hay sólo una elegante y sutil diferencia etimológica: el método y los fines son idénticos. Este sórdido proteccionismo que todo lo impregna no es más que una reminiscencia moderna del tan denostado nepotismo de aquellos papas. Pero el de ahora es más nefasto que aquél o, cuando menos, más inexcusable… El actual neonepotismo entre protegidos y protectores no se puede combatir ni castigar por falta de leyes específicas capaces de limitar sus excesos; por eso causa estragos por doquier" (290).

"Mientras que la sociedad civil ha luchado con denuedo por la afirmación del ser humano contra todo tipo de discriminación, los hombres de Iglesia practican instintivamente en su seno, bajo el escudo de la misericordia, las normas de comportamiento que imperan en el interior de la Curia, olvidando las leyes innatas del hombre" (290). "La pretención del subordinado de defender sus derechos naturales y adquiridos se considera una indebida injerencia en la actuación del jefe" (291).

"La dignidad de los subordinados eclesiásticos se desintegra y se malogra si el superior no la acompaña con la suya propia, que tiene que ser su esencia. Si éste considera oportuno devolverla a los interesados en parte o en su totalidad, más que un acto de justicia, es sólo una emanación de su benevolencia" (291). "La vida vaticana es una conquista diaria en la que todos se ganan a sí mismos y pierden ante los demás en ausencia de la convocatoria de concurso que jamás se convoca" (291). "Todo ello como consecuencia de aquella extraña convicción medieval, según la cual al súbdito nada se le debe y todo es un regalo… Lo más que se puede hacer es vivir despersonalizados en inerte actitud de pasiva sumisión, en necia e inconsciente docilidad borreguil, a las órdenes del presumido déspota de turno" (292).

"En el Vaticano, todas las relaciones están invertidas: el ambiente persigue al grupo, el Señor busca a la persona. Para adueñarse de la masa, se puede pasar con indiferencia sobre el individuo… Interesa más la masa, la cantidad, el número. Al Señor le interesa el hombre…, sobre todo cuando está marginado y ha sido rechazado; va en su busca y llora con él" (293).

"A falta de democracia y de debate, el ambiente curial se transforma en una tropa de subordinados sin personalidad, la expresión de cuya conciencia queda englobada en la del superior… Difícilmente o casi nunca la autoridad interviene en el momento oportuno para apartar o desautorizar al dignatario que comete prevaricación, sobre todo si es cardenal, para no exponerlo a las burlas públicas. El superior que ha llegado a estas cimas y tiene la sartén por el mango, sabe cómo seguir manejándola en favor de sus protegidos y en contra de los que se oponen. Estamos en el vicio de un círculo virtuoso" (293-294).

"Todo es jerárquico. Nadie investiga de abajo para arriba, sino que sigue el proceso inverso. El espionaje está dirigido por el mando a distancia del de arriba, por el que ordena cómo y cuándo tiene que estallar la mina. El contraespionaje de las denuncias que proceden de la base, de los estamentos inferiores, no consigue llegar al vértice" (294). "El de la Curia es un Evangelio trastocado, en el que los últimos y los primeros no corresponden a los últimos y los primeros señalados por Nuestro Señor. Los primeros son los prelados protegidos a ultranza, los arribistas que tratan de dominar las situaciones más difíciles y desbancan a los demás de sus puestos, los delatores, los corruptores, los colaboradores del demonio" (294).

"El cardenal Newman escribió: ‘En Roma la vista es muy clara desde lo alto de la colina del Vaticano, pero la parte de abajo está llena de pantanos malsanos’. A los últimos… nada se debe más que el silencio y la indiferencia más humillantes, las presiones psicológicas que provocan sentimientos de culpa agigantados. Y, si tratan de oponerse e intentan ejercer su derecho al ascenso corren el peligro… de ser encerrados por algún orden procedente de las alturas en una sala de un manicomio, llamadas actualmente centros psiquiátricos, para que les curen la alienación esquizofrénica que padecen debido a su afán de alcanzar aquello que no les corresponde" (295).

"En el Vaticano, cuando algún querúbico eclesiástico o seglar metomentodo se arroga indebidos poderes, suele escudarse en entes incomunicables, inalcanzables, inapelables, impersonales, puede que inencontrables o, en cualquier caso, absolutamente ajenos al asunto. Entretanto, elude el cumplimiento de las leyes y las prestaciones" (296). "El reloj del Vaticano tiene una esfera sin manecillas y se ha quedado detenido en la Edad Media" (313).

"El Ufficio del Lavoro della Sede Apostolica (Oficina del Trabajo de la Sede Apostólica), órgano destinado a la tutela de los legítimos intereses de los miembros de la Curia romana, es un olimpo de magnates cuyo sanedrín está reunido en sesión permanente para cumplir las órdenes de los que mandan. Allí se discute siempre a puertas cerradas para interpretar las acusaciones del superior… No se admiten las disculpas del subordinado por la sencilla razón de que no existe debate. El subordinado sólo es llamado cuando los hechos ya están consumados para que escuche las decisiones unívocas e irrevocables de los sabios. Este organismo sindical, creado por la auoridad, es el menos indicado para la tutela de los intereses de los prestadores de cualquier servicio, también religioso" (313).

"La autoridad en la Iglesia está muy bien protegida, pero la base se halla totalmente desamparada e indefensa" (314). "Todos los tribunales eclesiásticos se proponen la salvaguardia de la autoridad" (315). "El juez de estos despachos o tribunales da por sentado que el superior es bueno… De ahí la ecuación: superior igual a bondad y ésta igual a imparcialidad. En su opinión, no es necesario exigir pruebas. En cambio, para el subor-dinado… la premisa es justo la contraria… A él sí se le exigen pruebas. Para evitar los contragolpes del sistema, es costumbre imponer y exigir una sumisión ciega y una renuncia incondicional a exigir reparaciones" (315).

Continuación

[Volver]

Para entrar em contato conosco, utilize este e-mail: adventistas@adventistas.com