¿Justicia Infinita? ¿Guerra Santa? No
queda duda alguna sobre el origen religioso de los atentados del 11 de
Septiembre en Nueva York y Washington DC. Provinieron de fundamentalistas islámicos
fanáticos que, en premio por semejante empresa suicida y asesina, confiaban
estar momentos después en el Paraíso. Para ellos, así como para la causa de
Osama bin Laden y de los talibanes, se trataba de una guerra santa, de una
justicia divina contra la pornografía y secularismo occidentales, y su apoyo al
gobierno judío en suelo presuntamente árabe. Por su
parte, el presidente Bush encabezó la reacción norteamericana con una guerra
que pareció, en un primer momento, tener visos “santos” también, ya que
bautizó su operación antiterrorista con el rótulo de “Justicia Infinita”.
¿Habrá tenido nuestro presidente la intención de hacer sentir al mundo musulmán
que la justicia que él pensaba encarnar iba a ser tanto y más divina que la
que pretendió representar la religión de Mahoma en sus tantas y largas guerras
religiosas? No tardó
mucho el gobierno norteamericano en renunciar a ese título, debido a que
“infinito” es un atributo divino y que, en relación con la justicia que se
espera implantar, parece rebosar el ámbito humano. Tanto para el mundo musulmán
como para el mundo cristiano, semejante título raya en lo blasfemo. Por otro
lado, horrorizados por los atentados y sus consecuencias, muchos líderes
musulmanes tomaron sus distancias de los que los perpetraron. Procuraron mostrar
al presidente Bush que semejantes actos de barbarie son ofensivos a la verdadera
religión islámica. Había, por consiguiente, sobradas razones para cambiar el
título de la guerra contra el terror. En un
esfuerzo por evitar que la reacción internacional parezca contener visos
religiosos y fuese interpretada como una guerra de religiones—la cristiana
contra la musulmana—el ejército norteamericano ha prohibido a sus soldados
llevar Biblias y Nuevos Testamentos. Lisa y llanamente, se procura de esa forma
no herir al mundo musulmán. Pero, con semejantes exigencias, y en algo tan
sensible como la religión ante el peligro de la vida y la muerte que enfrentan
los soldados, ¿no se estaría privándoles de la libertad de ejercer su fe en
momentos tan sensibles? Por no herir la religión musulmana, ¿no se estaría
hiriendo la religión cristiana? Así lo han estado entendiendo muchos líderes
cristianos en los EE.UU., para quienes el gobierno de este país ha ido
demasiado lejos con tal exigencia. Aquí
hay varios hechos que conviene destacar. Los gobiernos occidentales se han
subscripto en términos generales al principio de separación de iglesia y
estado que se inició a partir de la Revolución Francesa 200 años atrás. Al
echar de esta manera por tierra tantos siglos de intolerancia y barbarie
religiosas, se establecieron las democracias modernas bajo el lema de la
libertad. Hay libertad para creer lo que se quiera y sin que se lo condene, ya
que los gobiernos seculares no intervienen en materia religiosa como en la Edad
Media. Por esta razón, la campaña militar norteamericana debía prescindir de
todo aspecto religioso, y pasó a llamarse “Libertad Duradera”. ¿Cuál
libertad? La del pueblo afgano, de sus mujeres, castigadas brutalmente por el régimen
fundamentalista afgano e impedidas de educarse. Repentinamente,
las naciones modernas que acababan de iniciar un nuevo milenio que auguraba ser
de paz, están descubriendo que en su seno tienen inmensas masas coránicas fanáticas
que amenazan con desestabilizar el orden social y económico actuales, con todas
las libertades seculares que entrañan. Aunque la mayoría de los gobernantes árabes
son moderados, esto es, secularizados, y dan cierta apariencia de conformismo
con respecto a las proclamas de libertad de las democracias occidentales, no
pueden ignorar en el interior de sus países una hostilidad cada vez mayor hacia
los vicios y costumbres liberales y degradantes de la modernidad. Volveremos sobre los principios de libertad que están en juego en esta guerra. Mientras tanto, concluyamos con el mensaje esencial de la Biblia acerca de la libertad. Para que exista en forma verdadera, debe haber una conversión espiritual plena y voluntaria que lleve a la gente a guardar los mandamientos de Dios. “Andaré en libertad”, escribió el salmista, “porque busqué tus Mandamientos” (Sal 119:45). El Espíritu de Dios nos es dado para escribirlos en nuestro corazón (2 Cor 3:3; Heb 8:10). Por esta razón declaró el apóstol Pablo: “donde está el Espíritu del Señor, hay libertad” (2 Cor 3:17). Y Jesús anticipó que con su muerte vicaria en favor de los pecadores, los haría “verdaderamente libres” (Juan 8:36). La proclamación, pues, de la verdadera libertad está en manos de los religiosos, y para ello no deben recurrir a la espada gubernamental para imponer sus creencias, sino contar únicamente con el poder del Espíritu de Dios para convertir los corazones (Zac 4:6). -- (Encontrado na Internet e publicado sem pedido de permissão ao autor.) Dr.
Alberto R. Treiyer Leia também: |
Para entrar em contato conosco, utilize este e-mail: adventistas@adventistas.com |