Una Cordial Reacción

Apreciado Mario:

Tu comentario referente al ataque terrorista sufrido en EE. UU. invita a la reflexión pero también a una cordial reacción. La naturaleza humana ha sido conmovida hasta los tuétanos, y muchos nos sentimos desbordados para compartir nuestra plegaria, reflexión, interpretación, etc. con el fin de animarnos a insistir por el advenimiento del Reino de Cristo para que termine de una vez tanto sufrimiento y se establezca triunfalmente la Ciudad de Dios entre nosotros. Por ello deseo compartir también una reflexión; aunque, discrepando en algo contigo, procuro traer un punto de vista diferente que puede ser válido.

Es cierto que un corazón apasionado puede decir (o escribir) cosas que sufran de cierto desequilibrio: que si las catástrofes ocurridas representan adecuadamente los merecidos castigos del Dios severo que cumple sus amenazas contra los transgresores de su Ley, o que el Dios de amor está ajeno a estas barbaridades humanas y que peor catástrofe es la representación judicial que algunos hacen cuando relacionan el bondadoso carácter del Padre con la malignidad de estos hechos.

Sin embargo, algunos interrogantes me surgen a consecuencia de tu artículo: ¿Puede invalidarse al corazón sereno que piensa que «la catástrofe (pueda ser) una . . . convocatoria para "elevar la mirada al cielo"», cuando otros métodos alternativos no logran, en muchos casos, su efecto?

¿Es válida la oposición o incompatibilidad que tú planteas entre catástrofe (apocalíptica) y prodigio (mesiánico) a la luz de las catástrofes prodigiosas que registra el Antiguo Testamento como las de Éxodo, que representaron al mismo tiempo catástrofes destructoras para los egipcios y prodigios salvíficos para los hebreos, esto es, una misma obra vista desde dos perspectivas correctas, una como natural consecuencia de la otra?  ¿O aun el caso de Elías y su pueblo en el monte Carmelo, cuando presenciaron el prodigio esperanzador de la aprobación divina a través del descenso del fuego sobre el altar y a la vez la catástrofe punitiva que significó el degüello a los sacerdotes apóstatas, adoradores de Baal?

¿Trae un mensaje no apocalíptico, que de acuerdo a tu artículo tú recomendarías, el antitípico y moderno Elías (el pueblo que anuncia la 2da. Venida) que no sea el apocalíptico que señaló Malaquías, cuando éste escribió (4:5-6): "He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. [Y hará una obra de restauración] no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición"?

¿No constituye la obra de este Elías la divulgación de los 3 mensajes angélicos de Apoc 14, los dos últimos de los cuales con contenido netamente apocalíptico?

¿No se observa esto más notoriamente en el mensaje del llamado "4to. Ángel" de Apoc 18?

¿Es justo calificar de «patológica» la mirada o perspectiva catastrofista de aquellos que ofrecen, basados en los registros del AT, una interpretación de las calamidades, no a partir de la morbosidad que algunos desarrollan frente a la historia en sí (como pretenden las notas periodísticas sensacionalistas), sino a partir de la relación de causa-efecto, esto es, como consecuencia de la transgresión de las leyes?, porque si la sociedad ya no tolera que se hable de transgresión de las leyes de Dios en cuanto que ellas son abiertamente cuestionadas, al menos sí podemos hablar de violación de las normas que tratan de la sana convivencia social.

Más: ¿Hay tal «disyuntiva» entre apocalíptico (tal vez más acertado sea hablar de fundamentalista) y mesiánico, cuando en verdad lo apocalíptico es alimentado por el espíritu mesiánico (salvífico) que rezuma en el libro del cual su nombre deriva (el Apocalipsis de Juan)?  Lo apocalíptico, ¿no contiene los mejores cuadros de esperanza para la desesperación humana (que no los trae el fundamentalista) al punto de ser la consumación de las aspiraciones mesiánicas alentadas durante siglos?  Y al mismo tiempo, lo mesiánico ¿no incluye el final apocalíptico siendo coronado exitosamente por él?  ¿No cabría reivindicar estas expresiones que han sido bastardeadas por las acciones alocadas de los fundamentalistas?

También: ¿Podríamos llamar «apologistas del fatalismo» a aquellos individuos (tú señalas a Marvin Moore) cuyas «prédicas del catastrofismo . . . auspician la tragedia y las calamidades», o como el historiador E. Schürer designa a aquel rústico labrador que durante 7 años anunció la terrible destrucción de la ciudad de Jerusalén y fue muerto en ella, esto es, "profeta de calamidades"  (Historia, 1:599), y no ver en estos «apologistas» el mismo mensaje que Jesús nos dejara en Luc 13:5: "Os digo: Si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente"? Esto es, Jesús utilizó la calamidad sufrida en la torre de Siloé (¿hay paralelos con las torres gemelas de USA?) como puntos de referencia para anunciar posteriores calamidades a caer sobre los impenitentes.

Tal vez una pregunta más: ¿Constituyen «los maravillosos prodigios de Dios . . . los auténticos signos de los tiempos» en desmedro de las calamidades, las que «sólo generan fobias, pánico, angustia, paranoia, estrés postraumático y otros trastornos por el estilo que poco ayudan a despertar la conciencia religiosa»?

Si bien en el artículo queda sentado que una prédica orientada en tal sentido no es sino «otra forma de terrorismo demoníaco que destruye las torres de la confianza y la esperanza», yo preferiría escuchar la reflexión de alguien que, habiendo vivido en el mismo epicentro de una catástrofe y que podría ser considerado un "apologista de la calamidad" en cuanto su fundamentalismo ordenaba su concepción del Reino de Dios y guiaba sus violentas acciones en honor de ello, no obstante no perdió con ello la sensibilidad y discernimiento para legarnos una eficaz interpretación de los desgraciados hechos de los que fue testigo. 

Me refiero a Josefo, protagonista de la defensa de su amada patria y testigo de la caída de Jerusalén (66-70 d.C.).  Luego de describir al llamado "profeta de calamidades" (E. Schürer) o "extraño personaje" (Elena de White, CS 33) como corolario de una serie de sucesos extraños que auguraban el triste fin que esperaba a la impía Jerusalén, Josefo une las catástrofes y los prodigios, o lo apocalíptico y lo mesiánico, en estas coherentes palabras:

"El que reflexione esto, se convencerá de que Dios cuida de los humanos y les muestra de todas las maneras posibles lo que conviene a su salvación, pero los hombres sucumben a las miserias y penalidades que su locura les acarrea. . . Los hombres no pueden eludir su destino, aunque lo prevean. Los judíos trasladaron estas señales a su antojo, algunos las desdeñaron y, finalmente, su necedad quedó demostrada con la toma y destrucción de su patria" (Guerras judías, VI, 5, 4).
Gustavo Contreras
saetero1@starmedia.com

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