Los Musulmanes en La Profecía - 4

Dr. Alberto R. Treiyer
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Por algo más de un año vivimos en la ciudad de Estrasburgo, Francia, en un departamento al lado de otro habitado por una familia joven musulmana. Eran sirios. Conversé varias veces con él. Cierta vez, al golpear su puerta, la esposa me atendió y hablándome casi en susurro me dijo que era la hora de la oración, y su marido estaba orando. A mi mente vinieron enseguida las imágenes de la ciudad de Ankara, la capital de Turquía, que pude presenciar con mi hermano menor y su esposa desde un lugar alto de la ciudad, sobre unas ruinas romanas. Justo cuando estábamos en ese lugar, comenzaron a sonar los megáfonos por toda la ciudad, llamando a la oración.

    ¡Qué concierto de voces monótonas y largas era ese! Pero la gente, sin duda, estaba acostumbrada a esa orquesta hablada que se repite en todos los países árabes, cinco veces al día. El silencio posterior dedicado a la oración, constituye un ejemplo para pentecostales, carismáticos y celebracionistas en occidente que han perdido la noción de la santidad de Dios, con cultos que parecen más algarabía y fiesta que comunión verdadera con Dios (cf. Ex 32:6-7, 18-19).

    Mi vecino era abogado, y estaba preparando una tesis doctoral sobre los derechos humanos. Me dijo que su intención era probar que la religión musulmana respetaba todos los derechos humanos. Como lo miré algo desconcertado agregó:  “Excepto uno, pero para eso no tenemos solución, porque está en los fundamentos, y no los podemos cambiar”. Sin preguntarle sobre ese punto y dándolo por sobreentendido, le dije que su esfuerzo iba a ser estéril, ya que nunca iba a convencer al mundo occidental con un fundamento que niega en un punto básico los derechos del hombre. Se trata de la prohibición de cambiar de religión y la amenaza de muerte que pesa sobre el presunto apóstata.

    En eso consistió justamente la Edad Media. En el lado occidental nos hemos acostumbrado durante estos últimos doscientos años a vivir en libertad, e inconscientemente pensamos que se la pasó mejor de este lado del planeta que del lado musulmán. Pero los judíos y musulmanes de los países europeos, en especial de España, fueron desterrados de una manera más salvaje por la Inquisición. Ese tribunal nefasto no juzgaba [meramente] a gente de otra religión, sino que la expulsaba o destruía. Los que caían bajo la pesquisa inquisidora eran los que presuntamente se habían convertido a la fe católica, sin abandonar todas las prácticas judías o musulmanas. Los inquisidores se sintieron llamados a extirpar idolatrías, judaísmos y todo vestigio de islamismo, amén de otras presuntas desviaciones dentro del cristianismo.

    La Edad Moderna, que inició la Reforma y completaron las dos revoluciones libertadoras que fueron la secular francesa y la protestante norteamericana, terminó en la mayor parte de la tierra con ese principio de destruir herejías y herejes mediante torturas y hogueras. También los países musulmanes han sido grandemente secularizados. En ellos, como en los países católicos de Latinoamérica, el movimiento libertador secular pudo penetrar más fácil, ya que no introducía, en términos generales, elementos de fe contrapuestos y contrarios a la religión oficial. Captando esto, los países europeos han estado advirtiendo a los EE.UU. de no dejar la impresión de que la guerra actual contra el terror en los países árabes es de índole religiosa.

    Tal vez convenga adelantar algo aquí. De tanto en tanto, la corrupción moral que acompaña a menudo la libertad secular, produce estallidos de furia en los más conservadores y fanáticos de entre los musulmanes. Sin embargo, las autoridades de la mayoría de los países islámicos son más tolerantes. En última instancia, no se puede decir que las naciones árabes dominan al mundo, sino por el contrario, permanecen sometidas a las naciones occidentales secularizadas. Esto se verá más claro al considerar las fechas proféticas de la quinta y sexta trompetas de expansión musulmana.

    6. El tiempo de expansión profetizado para los sarracenos.

    Si hay dos profecías que gozaron de un consenso tan abrumador entre los intérpretes historicistas del medioevo, fueron la de la bestia apocalíptica de Apoc 13 y Babilonia como representando al papado romano y a la Iglesia Católica, y la de la quinta y sexta trompetas como representando a las invasiones islámicas. No obstante, hubo diversos tipos de especulación en relación con las profecías fechadas de ambos eventos históricos. No es sino hacia el final de los períodos involucrados que el panorama se fue haciendo más claro. Cuando los intérpretes del siglo XIX pudieron tener todo el cuadro histórico, y apreciar tanto el comienzo como el punto final, las dudas fueron desapareciendo. Jesús había dicho con antelación:  “Estas cosas os las digo antes que sucedan, para que cuando sucedan, creáis”.

    Ahora bien, ¿cuál fue el período designado para la expansión imperialista islámica, más definidamente, en relación con su misión de juicio sobre los infieles y apóstatas del mundo cristiano? Aquí no hay tiempo para detenerse a considerar cada propuesta histórica sugerida a lo largo de los siglos. Vayamos al grano, y analicemos desde nuestra perspectiva histórica privilegiada (la del post-cumplimiento), lo que es a todas luces más claro y preciso en su proyección. Lo resumo de mi libro [. . .], Los Sellos y las Trompetas.

    La expansión musulmana de los sarracenos es considerada, históricamente, como la “primera expansión del Islam” (W. Goetz, Hist. Univ. [Espasa Calpe, Madrid, 1946], III, 3). Su espíritu expansivo caracterizado por la profecía de “herir” y “atormentar”, en relación con la Roma apóstata (Apoc 9:4-5, 10), duró exactamente un siglo y medio. Esa política expansionista comenzó con Abu Bekr, en 632-634, y se dice con respecto a ella que “por primera vez, el Islam llegó a ser una fuerza política y militar por toda Arabia” (Enc. Británica, III, 625). “Bajo la dominación de Abu Bekr empezaron los primeros avances...” (Onken, Hist. Univ., XIV, 10, 13). Su poder invasor se perdió al comenzarse la división en califatos independientes hacia fines del siglo VIII. En ese entonces reinaba en Francia Carlomagno, quien fue considerado por los romanos “en primer término el vencedor de los sarracenos” (P. Kirn, en Goetz, Hist. Univ., III, 115).

    ¿Qué pasó cinco meses proféticos más tarde, es decir, 150 años después, más específicamente, en el año 782? (Apoc 9:5, 10). Harún-Ar-Rashid, el poderoso califa abásida de Bagdad, siendo aún general llega hasta las puertas de Constantinopla, la sede del imperio romano oriental (o bizantino), y firma un tratado de paz que inicia un cambio en la política tendiente a no herir más a los hombres. Nunca antes ni nunca después, los sarracenos habían llegado ni iban a llegar tan adentro del imperio bizantino. Más tarde, el mismo califa desarrolla una amistad especial con Carlos, el rey franco y fundador del Sacro Imperio Romano. Bizancio refuerza la resistencia y se limpia el sur de Italia y del Mediterráneo de los musulmanes. Debían pasar muchos años antes que apareciese un nuevo espíritu musulmán expansivo, el de los turcos otomanos, para mantener en jaque a la civilización apóstata medieval.

    Si se tiene en cuenta un principio de escala variable que se puede apreciar en varias fechas proféticas, puede tomarse en serio otra fecha que gozó de bastante aceptación durante la Edad Media, y en los enfoques historicistas del siglo XIX. Esta fecha estaría comprendida entre el comienzo de la predicación de Mahoma en el año 612, hasta que fue puesta la piedra fundamental de Bagdad, la nueva capital musulmana, en el año 762. Su fundador, Al-Mansur, la llamó Dar es Salam, “Casa de Paz”. La construcción de la ciudad fue completada cuatro años después y eclipsó a todas las otras ciudades del oriente.

    Así como hubo un decreto de Justiniano en el 533 que se hizo efectivo militarmente en el 538 para elevar al rango de supremacía blasfema al papado, según la profecía de los 1260 años,  así también puede sugerirse [por vía del paralelismo] que la predicación de Mahoma en el año 612 fue el decreto que produjo, veinte años más tarde, el movimiento expansivo militar posterior del 632. Sin tal predicación no se hubiera dado el brote militar posterior del abismo. Así como al concluir los 1260 años hubo un decreto emitido por la Asamblea Francesa de descristianizar a Francia, que se hizo efectivo militarmente en 1798,  lo mismo podemos decir sobre la fundación, 150 años después, de Bagdad como “Casa de Paz”, que inició diferentes tratados de paz y amistad con occidente, dividiendo a los árabes, y culminando con la cohesión árabe que permitió las invasiones sarracenas.

    “En Bagdad penetró un nuevo espíritu... Gradualmente el imperio musulmán de los Abásidas perdió su carácter predominantemente árabe, y comenzó esa asimilación notable de cultura Persa, Bizantina y Helenista...” (Hayes-Baldwin-Cole, History of Europe [1949], 136).  “Un nuevo equilibrio internacional quedaba así establecido: El reino carolingio en Europa, el de Bagdad en Asia, y el de Bizancio en Constantinopla” (J. Pirenne, Hist. Univ. [1967], 60).

    La división en pequeñas dinastías entre los árabes se extiende poco después al Norte de África, las que se separan de Bagdad. “La ruptura del Imperio musulmán dejó al Islam en las garras de un haz de herejías” que las llevaron a pelearse entre sí y debilitarse mutuamente (J. Pirenne, Hist. Univ., 37).

    La naturaleza de la herida causada a la Roma apóstata.  A diferencia del golpe que el poder ateo iba a asestar al papado romano en el año 1798 (Apoc 13:3), la herida que iba a recibir del mundo musulmán no iba a ser mortal (Apoc 9:4-5, 10). Se le permitiría a Roma gozar todavía de su “autoridad” o “poder” político-religioso católico o universal sobre las naciones (Apoc 13:4-5, 7).

    Llama la atención también que este tormento musulmán inicial sobre occidente fue menos cruel que el segundo anunciado en la sexta trompeta. Estuvo matizado con ciertos aires de benignidad. De allí también la paradoja de herir y atormentar, pero no matar. Todo el mundo sabe que en toda guerra debe morir gente. No obstante, la orden del primer general sarraceno está escrita en todos los libros de historia.

    “No engañéis ni robéis a nadie;  no obréis con deslealtad ni mutiléis a nadie;  no matéis ni a niños ni a ancianos ni a mujeres;  no descortecéis las palmeras ni las queméis;  no taléis los árboles frutales, ni destruyáis los sembrados;  no matéis ni ovejas, ni bueyes ni camellos, a no ser para vuestro sustento. Encontraréis tonsurados, abridles con el sable la tonsura;  encontraréis gentes en celdas, dejadlos en paz para que puedan continuar en el cumplimiento de sus votos” (Onken, Hist. Univ., 32).

    A diferencia de las cuatro invasiones bárbaras fundamentales que sufrió el imperio romano, descriptas en las primeras cuatro trompetas, los historiadores reconocen que las tropas árabes “no eran bárbaras. ‘Sed justos’, se hacía correr la proclamación de Abu Bekr; ‘sed valientes, morid más bien que rendíos; sed misericordiosos;  tampoco matéis hombres viejos, ni mujeres, ni niños. No destruyáis los árboles frutales, ni los granos ni el ganado. Guardad vuestra espada, aún para vuestros enemigos. No molestéis a los religiosos que viven retirados del mundo, pero compeled el resto de la humanidad a hacerse musulmanes o que nos paguen el tributo. Si rehúsan hacerlo, matadlos' ” (Duran, History of Faith, 188;  por un buen número de pruebas históricas sobre su respeto hacia las instituciones locales de los vencidos, sin imponerles su religión, véase mi libro, Sellos y Trompetas, 282-283).

    El “Destructor”. Recordemos que las trompetas son juicios que caen sobre el imperio romano, más definidamente en la quinta y sexta trompetas sobre el Imperio Bizantino (en oriente) y el Sacro Imperio romano (en occidente). Los historiadores hablan por sí mismos.

    “Las conquistas del Islam rompieron la unidad política, económica y cristiana del Mediterráneo... El Islam no pudo reconstruir la unidad económica marítima que disfrutó el mundo romano;  lo que hizo fue romperla” (Pirenne, Hist. Univ., II, 41, 52). “Como un factor en la historia europea, el levantamiento del Islam debe ser considerado como una fuerza destructora” (Hayes-Baldwin-Cole, 137-38). “Europa..., apartada de las grandes corrientes económicas, vuelve al aislamiento que la hace naufragar en la gran decadencia medieval. Roma y el mundo latino en general van a sufrir un eclipse casi total ” (Pirenne, 41).  “Y subió humo del pozo como humo de un gran horno;  y se oscureció el sol y el aire por el humo del pozo" (Apoc 9:2), transformando a Europa en lo que se dio en llamar también [la] "Edad Oscura" y [la] “media noche del mundo” (EGW, Conflicto de los Siglos, 59-60).

    “Los efectos inmediatos sobre la europa cristiana de la primera expansión musulmana fueron serios. En primer lugar, debido a que los árabes quitaron del control de los cristianos de Europa grandes territorios que anteriormente pertenecían al imperio romano, sus conquistas constituyeron un retraso militar de envergadura para Europa” (Hayes-Baldwin-Cole, 137-38). Esto será importante recordar para cuando analicemos la sexta trompeta que culmina con el sometimiento militar de las naciones musulmanas a las naciones europeas.

    “Europa es un verdadero caos formado por las antiguas poblaciones romanas..., y por pueblos nuevos entre los cuales se encuentran todos los grados entre la barbarie y la semibarbarie... Roma es el único nudo que queda para poder ligar de nuevo el Oriente al occidente de Europa... Mas para que tal imperio hubiera podido constituirse [marcado por la unión temporal-espiritual], se habría requerido una cohesión que sólo el mar podía darle... Y el mar estaba cerrado por los musulmanes” (Pirenne, 52-53). “Los cristianos —decía Ibn Khaldún— no podían ya hacer flotar una tabla en el mar” (Duran, 464). “El control musulmán del mediterráneo debilitó los contactos entre Roma y Constantinopla, y acentuó la tendencia ya marcada hacia la separación política y religiosa. Religiosa y culturalmente, el antiguo mundo Mediterráneo fue arruinado” (Pirenne, 60-61). -- Texto recolhido da Internet, sem pedido de permissão ao autor.

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