Los Musulmanes en La Profecía - 6

Dr. Alberto R. Treiyer
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La Iglesia Adventista se inició en Sudamérica por la inmigración alemana en Argentina, a fines del siglo XIX. El interés despertado entre las colonias alemanas de la provincia de Entre Ríos, llegó a los EE.UU., quienes enviaron a dos hermanos norteamericanos pero de origen y habla alemanas. Debían aprender el castellano en Argentina. Ellos fueron Francisco Enrique y José W. Westphal. Mientras que el primero llegó a Argentina en 1894 y se trasladó después al sur de Chile donde había también varias colonias alemanas, el segundo vino en 1900 y se quedó por más de 20 años en Sudamérica.

Cuando la Primera Guerra Mundial irrumpió, W. A. Spicer, secretario de la Asoc. Gral. de la Iglesia Adventista por ese entonces, le escribió que, por ser de origen alemán, podría tal vez tener problemas si quisiese regresar. En esa época no se exigían todavía pasaportes, y era muy fácil viajar de un lugar al otro. José Westphal le respondió diciendo que creía muy difícil que el tío Sam (referencia al gobierno de EE.UU) se desentendiera de un hijo suyo (de la patria), pero que de todas maneras, si eso ocurría, creía no tener dificultades en ser admitido como ciudadano argentino.

En el diálogo de cartas que siguió, José Westphal admitía que la primera guerra mundial podía ser un preludio del fin, aunque agregó que el papado iba a tener una parte preponderante en esos eventos, y no veía todavía que estuviese preparado el camino para que ejerciese ese papel. En otras palabras, los eventos dramáticos del momento no lograron quitarle su convicción de que no llegaría el fin sin que antes se manifestase en todo su poder demoníaco ese “hombre de apostasía” a quien el Señor destruiría “con el resplandor de su boca” (2 Tes 2; Apoc 13). En eso Westphal, así como muchos de nuestros pioneros, se mantuvieron dentro del marco historicista, no futurista.

Ahora están los musulmanes llamando la atención del mundo otra vez, como hace diez años atrás en la guerra del Golfo Pérsico. Pero si nos mantenemos dentro del enfoque historicista bíblico que resaltaron muchos de nuestros pioneros, no les daremos una trascendencia actual que no tienen en la profecía bíblica. El tiempo de azote imperialista musulmán ya pasó, y fue anticipado dentro de un marco específico de tiempo en la sexta trompeta. No hay profecía alguna que indique que los árabes se levantarían otra vez en una acción conjunta y protagónica de los sucesos finales.

9. El tiempo de expansión profetizado para los turcos otomanos.

Después de la división en diferentes califatos independientes y consiguiente declive del imperio musulmán, así como de su fuerza expansiva, tuvieron que pasar varios años, inclusive siglos, hasta que otra vez el imperio islámico pasase a ser un poder militar de envergadura. La amenaza fue tal que esta vez, toda Europa debió unirse para evitar ser invadidos y desplazada la civilización cristiana. Eso ocurrió con la aparición de los turcos otomanos.

Notemos que en la quinta trompeta tuvo que abrirse el pozo del abismo para que las langostas pudieran salir, esto es, históricamente, para que los árabes pudiesen transformarse en un poder militar espontáneo y expansivo que sacudiese al mundo apóstata de aquellos días. Después de ese período de cinco meses de años y del triple equilibrio de poderes ya mencionado que quedó establecido en el mediterráneo [el reino carolingio en Europa, el de Bagdad en Asia, y el de Bizancio en Constantinopla], los musulmanes siguieron causando problemas y angustias en el sur de Europa, pero más bien como salteadores que como invasores. Las guerras esporádicas que lanzaron de vez en cuando contra el mundo romano no revelaron la consistencia y cohesión posterior, porque estuvieron contenidos o, en las palabras de la profecía de la sexta trompeta, “atados junto al gran río Éufrates”, a las “muchedumbre, naciones, pueblos y lenguas” (Apoc 17:15), que sostenían a la Babilonia del Apocalipsis o Roma cristiana apóstata.

El equilibrio de poderes entre Bizancio, Roma y Bagdad que se había establecido al cumplirse los cinco meses de la primera invasión musulmana, se rompió con la caída de Constantinopla en el año 1453. Los turcos otomanos ya estaban dando pruebas de querer reemprender la conquista desde cierto tiempo atrás, pero no habían podido superar la valla que habían logrado marcar los árabes al cumplirse el período de su primera invasión: el estrecho del Bósforo en el Mar Negro, frente a Constantinopla.

Constantinopla, la sede de la capital romana de oriente, había sido el muro protector para toda Europa, ya que había sido capaz de resistir el poder islámico por la franja oriental durante ocho siglos. Su caída, como todos los historiadores concuerdan, produjo un pánico de proporciones gigantescas para el resto de todas las naciones europeas. Ahora el dique que había contenido las hordas musulmanas ya no estaba más, y sus aguas iban a llegar con mayor facilidad hasta Austria y la misma Alemania, amenazando destruir la civilización occidental. En otras palabras, el cristianismo apóstata y los afanes de imperialismo católico revelados por los emperadores austríacos primero, y por Carlos V y sus sucesores después, iban a verse dramáticamente amenazados.

Estuve en Constantinopla, hoy Estambul, y vi los restos que quedan de la tremenda cadena que pusieron los romanos de oriente a ambas márgenes del Bósforo, para impedir que pasasen los barcos turcos. Mientras esa cadena permaneciese allí, no iban a poder desatarse las invasiones turcas directamente sobre Europa. Pero estaba ya comenzando la era de los cañones anunciados por Apoc 9:17. La tremenda cadena construida fue rota, y el imperio romano oriental recibió finalmente el golpe de muerte anunciado. El camino estaba ahora expedito para pasar libremente hacia la Roma apóstata de occidente.

Las fechas. Si se toma la “y” (kai en griego), en forma epexegética o explicatoria, podemos traducir el pasaje relativo al tiempo de dominio árabe de esta segunda expansión musulmana como sigue:  “Y fueron sueltos los cuatro ángeles que estaban atados para la hora [de juicio], esto es un día, un mes, y un año, para matar a la tercera parte de los hombres” (Apoc 9:15).

Recordemos que el período de juicio investigador correspondiente a la séptima trompeta (Apoc 10:7; 11:15, 18), y al “tiempo del fin” (Dan 8:14, 17, 19), es también referido como la “hora del juicio” (Apoc 14:7). Aunque no hay una fecha específica de duración indicada por Dios proféticamente para la “hora” de juicio investigador, ya que el “tiempo del fin” es un período no computable cronológicamente, el período de juicio asignado para la sexta trompeta, bajo los turcos otomanos, iba a durar un día, un mes y un año proféticos, es decir, 391 años (1 + 30 + 360). Recordemos aquí que el cómputo antiguo daba 360 días al año, y arreglaban la diferencia agregando un mes adicional cada seis años.

Juan tomó la mayoría de sus fechas proféticas de Daniel. En la literatura hebrea bíblica, encontramos que era muy usual referirse a un año por el término yom, “día”. Si no nos damos cuenta es porque las versiones modernas traducen automáticamente “año” en vez de su traducción literal de “día”. ¿Por qué? Pregúntenles a los franceses por qué tienen dos palabras para referirse a la palabra año: una en masculino “an”, la otra en femenino “année”. En relación con las profecías apocalípticas, el uso de día por año suele ser invariable (Ez 4:6; Apoc 11:2-3; 12:6,14; 13:5). Así lo entendieron la mayoría de los comentaristas judíos de la Edad Media, para quienes era normal referirse a años por la palabra día.

Y así también lo entendieron los historicistas del medioevo hasta en los tiempos modernos. Si los 391 años correspondientes a esa hora de juicio comenzaron con el asedio de Constantinopla (26 de Marzo de 1453) y su consiguiente derrumbe el 29 de Mayo del mismo año, al soltarse las hordas de soldados que estuvieron contenidos durante tanto tiempo en Constantinopla, su fin debíamos esperarlo en 1844, cuando llegase la otra “hora de juicio”, esta vez la definitiva, la de la séptima trompeta, llevada a cabo directamente por el Señor desde los cielos (Dan 8:14; Apoc 11:18; 14:7). Ese juicio investigador culmina con la destrucción de las naciones que no aprendieron las lecciones que Dios les había dado en los azotes bárbaros e islámicos anteriores durante tantos siglos. El Señor mismo viene a destruir el último intento de las naciones de unirse otra vez en un imperio, esta vez realmente universal, con la Roma pontificia a la cabeza (Apoc 11:15-19; 14:6-20; 15-19).

Pero, ¿qué pasó con los turcos otomanos en el año 1844, que pudiera reforzar esta secuencia profética de las trompetas? Siendo que su espíritu asesino de “matar” (Apoc 9:15), más cruel que la trompeta anterior (cf. 9:5), iba a caracterizarlos, algún cambio referente a esa característica debía darse. Mientras que durante los cinco meses o 150 años de la quinta trompeta, los sarracenos fueron tolerantes para con los cristianos y no musulmanes, que pudieron seguir sin problemas mayores conservando su fe y prácticas, los turcos otomanos fueron más agresivos para con los cristianos.

Esta actitud del imperio turco iba a cambiar. Ya en 1840 habían dado señas de someterse a las potencias occidentales, lo que permitió que los mileritas pudiesen ver en ese evento un cumplimiento notable del cumplimiento de la sexta trompeta. El 21 de marzo de 1844, sin embargo, los turcos firman el Edicto de Tolerancia que se promulga en la Puerta Sublime. En ese edicto se prohibe a los ciudadanos del imperio Turco perseguir o matar a los cristianos por causa de su fe. Y esto se debió a la presión que ejercían sobre ellos los poderes europeos que ya desde 1840 habían logrado en gran medida someterlos. Es importante que retengamos este punto para cuando analicemos, al concluir esta serie, la situación actual.

El edicto se expresaba de la siguiente manera:  “Es la intención especial y constante de Su Alteza el Sultán que sus relaciones cordiales con los Altos Poderes sea preservada, y que una amistad recíproca perfecta sea mantenida e incrementada. La Puerta Sublime se compromete a tomar medidas efectivas para evitar de ahora en adelante la ejecución y pena de muerte de los cristianos que son apóstatas” (cf. D. Duffie, The Twentieth Century in Bible Prophecy (unpublished manuscript, October 16, 1986), 16.

Cabe señalar que el Visir Mustafa Reschid Pasha fue quien “preparó personalmente un tanzimat o vasto plan de reformas, y lo hizo firmar y divulgar por el sultán”. No debía extrañarnos, por consiguiente, que se lo considerase “el más grande estadista y occidentalizador del período de reforma” musulmana (A. A. Adnan, “Turkey”, Encyclop. Brit., XXII, 603). “El intento del tanzimat de establecerlos [a los cristianos] como ciudadanos con los mismos derechos, ayudó a unirlos con la raza gobernante y antes de mucho, los cristianos compartían todos los oficios en la administración, aún hasta el rango de ministros de gabinete” (ibid). -- Texto recolhido da Internet, sem pedido de permissão ao autor.

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