Los Musulmanes en La Profecía - 5

Dr. Alberto R. Treiyer
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Hace una quincena de años atrás asistí por segunda vez a una de las reuniones anuales del Instituto Bíblico de Investigaciones de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. En esas reuniones se reunían diversos doctores en teología para estudiar algunos tópicos de interés, algo realmente extraordinario en nuestra iglesia, porque cuando se quiere proponer algo, permite verse confrontado con otros puntos de vista y a afinar la puntería, si no a abandonar cierta idea.

    El Dr. William Shea expuso, en esa ocasión, un nuevo enfoque de las trompetas del Apocalipsis. Era un ensayo. En la primera [trompeta] proponía una persecución sobre la iglesia primitiva. En la segunda, la caída de la Roma imperial. En la tercera, la caída espiritual de Roma. En la cuarta la Edad Oscura (Edad Media). En la quinta, en vez de los musulmanes atacando a Roma, [al revés:] el papado atacando en las cruzadas a los musulmanes. En la sexta, los turcos otomanos. En la séptima, la venida del Señor.

    El ambiente era jovial, ya que Bill (como le dicen), aunque rápido y por consiguiente, de no fácil diálogo, siempre fue de buena gente. Los demás bromeaban con su propuesta, y hasta le tomaban el pelo. Lo que más gracia les causaba era que quisiese meter a los cruzados en la quinta trompeta. Alguno osó preguntarle si conocía a alguien que había creído eso antes que él.

    Yo estaba preparando mi libro sobre las trompetas, por lo que me tomé en serio su enfoque, y le pregunté:  “¿Cuál es el objeto de la profecía? ¿Qué significan las trompetas? ¿Son juicios de Dios contra un imperio que oprimió y sigue oprimiendo a su pueblo? [Obviamente sí (Jer 51:27)]. ¿Cuál era el último imperio que debía ser destruido por el Señor? ¿No es el de Roma, representado por Babilonia en el Apocalipsis? (cf. Apoc 9:14; 17-18). ¿Cómo podemos aceptar, entonces, que Dios castigue en la primera trompeta a la iglesia primitiva, y en la quinta que use al papado que destruía al remanente fiel del Señor (Apoc 13:7), para castigar a otra gente? ¿Se volvió loco Dios, para castigar de una manera tan dislocada e incoherente?”

    En un momento de recreo, el Dr. Gerhard Hasel, tal vez el más grande teólogo bíblico que tuvo nuestra iglesia en toda su historia (murió en un accidente unos años después), se me acercó y me dijo:  “Bill es original y genial. Tiene ideas muy brillantes. Pero por allí se despista, y hay que pararlo”. Eso me lo dijo alguien como Hasel, que no lanzaba una idea sin haber pasado el rastrillo por decenas sino cientos de autores y, por consiguiente, difícilmente podía encontrársele pisando en falso.

    7. La estrella que cayó del cielo.

    Bill cambió posteriormente algunos enfoques en un manuscrito que preparó en 1998 [. . .]. Lo estudié, lo critiqué y pensé publicar mis observaciones críticas, pero al captar que su estudio no se publicó ni tuvo eco en ningún lado, decidí ignorarlo. Hablé con él, sin embargo, sobre su punto de vista en su oficina del Biblical Research Institute de la Asoc. Gral. de la Iglesia Adventista (actualmente está jubilado). Le pregunté, simple y llanamente, por qué le había dado por ese lado, especialmente en relación con la quinta trompeta. Me preguntó:  “¿Quién es la estrella que cayó del cielo?” (Apoc 9:1). “Mahoma  —le respondí—, el profeta de los musulmanes que desató las terribles invasiones islámicas contra el mundo cristiano apóstata”.  “¿Fue realmente un profeta verdadero que después apostató?”, volvió a preguntarme. “Si no lo fue, ¿cómo puede ser la estrella que cayó del cielo?”

    Recordé en el acto la discusión que habíamos tenido con un profesor en la época en que comenzaba mis estudios de teología. Arguía que Mahoma había sido un profeta verdadero, pero que después se apartó. Ante nuestro pedido de pruebas, sólo respondió que había estudiado durante mucho tiempo su vida antes de llegar a esa conclusión. Con eso no convenció a nadie. Pero ese recuerdo me hizo ver cuál ha sido uno de los problemas que muchos han tenido para entender esa profecía. Le respondí a Bill con otra pregunta:  “El rey de Babilonia, ¿fue acaso un profeta verdadero al representar a Satanás, quien después apostató?”  Como si hubiera recibido una estocada, me respondió reflexivo:  “¿Te refieres a Isa 14?”

    ¿Por qué narro esto? Porque el mayor problema que he encontrado en muchos para entender las profecías de las trompetas, así como de otras profecías, es que imponen sus propios prejuicios o conceptos personales a los pasajes bíblicos, sin captar que las figuras o tipos o representaciones simbólicas que la Biblia da no requieren lo que a cada cual se le pueda ocurrir como necesario. Bill ha sido un gran teólogo de nuestra iglesia, y ha abierto zurcos de interpretación bíblica extraordinarios en muchos temas. Pero tanto a él como a cualquiera de nosotros, se nos pueden escapar algunas cosas, ya que, como me dijo un profesor de teología en la Universidad de Estrasburgo una vez, viendo mi preocupación inicial de aparentar que no era ignorante:  “Nadie nació sabiendo”.

    Así es que se avanza en teología. Así pusieron el fundamento de nuestra fe nuestros pioneros, confirmados sus enfoques y discusiones con el don de profecía que Dios dio a E. de White. En lo que respecta a una estrella que cae del cielo, puede referirse a un rey como el de Babilonia, que llega al pináculo de la gloria humana y se enaltece  –como Satanás en el cielo–, y por consiguiente termina cayendo como ocurrirá con Satanás mismo en el fin del mundo. Y esto, sin que a nadie se le ocurra que ese tal rey estuvo en armonía con el cielo.

    Una figura semejante a la de Dan 8:10 reaparece en la tercera trompeta y en la quinta. Jesús usó un lenguaje similar para referirse al “príncipe de este mundo” cayendo a la tierra como herido del cielo. Esa característica se repite en todos los emperadores y seres humanos sobre quienes el diablo logra hacerles repetir su propia historia. Y es que no hay historia que pueda escribirse diferente cuando la arrogancia lleva a toda persona, gobierno o imperio a querer ocupar el lugar de Dios.

    8. Castigo “a los... que no tuvieran el sello de Dios en sus frentes”.

    Otro problema que tenía nuestro amigo Bill para aceptar que los sarracenos estuviesen representados en la quinta trompeta, era que el pasaje de la profecía especifica el blanco de la herida y tormento musulmán, “los que no tuvieran el sello de Dios en sus frentes” (Apoc 9:4). Bill interpretó la referencia al sello de Dios como una referencia a cristianos, y dedujo que el objetivo del juicio divino debía caer, por consiguiente, con gente no cristiana, nominalmente, los musulmanes. De allí es que procuró encontrar en los cruzados que fueron a defender los santos sepulcros, el cuadro que podría representarse en la profecía. Pero, ¿podemos considerar a la cristiandad apóstata del medioevo como poseyendo el sello de Dios en sus frentes?

    Todo adventista sabe qué es el sello de Dios en el Apocalipsis (Apoc 7 y 14). Es la ley de Dios, más específicamente, el cuarto mandamiento relativo al verdadero día de reposo, el séptimo, el sábado, ya que es la única ley que contiene no sólo el nombre que debía aparecer en cada sello antiguo, sino también el cargo (Creador) y la extrensión [jurisdicción] del que la pronunció (universo). Ex 20:8-11; véase Isa 8:16; Eze 20:12, 20.

    ¿Cuándo comenzó a imponerse el domingo en la cristiandad, como día de reposo que suplantase al sábado?  Extraigo una apretada síntesis de mi libro Los Sellos y las Trompetas.  Hacia fines del siglo VI, y más definidamente a partir del silgo VII. Mientras que anteriormente ya se lo estaba guardando como lo hacían los paganos en sus días festivos, esto es, no como día de reposo completo sino como día de culto sin que cesasen las actividades regulares durante la mayor parte del día, a partir de entonces, más definidamente, comenzaron los obispos de Roma a invocar la ley divina para imponer el mandamiento del sábado al domingo. Mientras que antes continuaba guardándose el sábado del séptimo día, con la carga adicional de ayunar [en ese día] como [una forma de] odio a los judíos, quienes habían crucificado al Señor y comían opíparamente en ese día, ahora se abandonaba el sábado y sus regulaciones bíblicas eran aplicadas al domingo.

    ¿Qué autoridad invocó Roma para el cambio? La de la Iglesia y la de Cristo.  ¿Qué pasaje del Señor invocó para justificar el cambio? Ninguno.  Recurrió [entonces] al fraude, a las fábulas y leyendas. Una así llamada “Carta del Cielo” habría caído del cielo en el siglo VI, que habría sido encontrada en Jerusalén, o en el altar principal de San Pedro en Roma, y escrita por el mismo Cristo con su propia sangre o con letras de oro (se dieron con el tiempo diferentes versiones, ya que cada cual le agregaba más novelas). El envío de la carta hizo que la tierra entera temblase desde que el sol se levantó hasta que se puso, y la tumba de Pedro se abrió en ese mismo día. Jesús amenazaba, según la carta, con toda suerte de hambrunas, pestes, serpientes voladoras con dientes de hierro que devorarían los senos de las mujeres, por trabajar en domingo.

    Todas estas leyendas llevaron a los concilios de Macon en 585 y de Narbona en 589 a imponer que “todos, niños o esclavos, godos o romanos o sirios o griegos o judíos, cesen de toda obra en el día del Señor”. Posteriormente los reyes respaldaron estas decisiones. La ley de Childeberto II prohibió trabajar en domingo “bajo amenaza de multas pesadas”.  Las leyes de la Alemania (725) y las Leyes Bavarias (744), determinaron hasta la pérdida de las propiedades y de la libertad por [causa de] trabajar en domingo. Los gobernantes carolingios también reforzaron esas leyes mediante medidas gubernamentales, estableciéndolas “por la autoridad de la iglesia” y de la tradición.

    “Si el lector quiere saber cuáles son los medios que se emplearán en la contienda por venir, no tiene más que leer la descripción de los que Roma empleó con el mismo fin en siglos pasados. Si desea saber cómo los papistas unidos a los protestantes procederán con los que rechacen sus dogmas, considere el espíritu que Roma manifestó contra el sábado y sus defensores” (EGW, Conflicto de los Siglos, 630). “Con el afianzamiento del papado fue enalteciéndose más y más la institución del domingo. Por algún tiempo el pueblo siguió ocupándose en los trabajos agrícolas fuera de las horas de culto, y el séptimo día, o sábado, siguió siendo considerado como el día de reposo. Pero lenta y seguramente fue efectuándose el cambio”, (Conflicto, 631). “Edictos reales, concilios generales y ordenanzas de la iglesia sostenidos por el poder civil fueron los peldaños por medio de los cuales el día de fiesta pagano alcanzó su puesto de honor en el mundo cristiano” (Conflicto, 630).

    Fue justamente que apenas comenzó a reemplazarse el sábado por el domingo que comenzaron las invasiones islámicas. Su herida y tormento se dirigió contra los que buscaron realizar el cambio. En lugar de pensar en un gobierno eclesiástico o civil que nunca había tenido el sello de Dios porque ni lo conocía [los musulmanes], es más lógico suponer que el castigo debía darse a gente que lo conocía pero que lo estaba abandonando sin prestar atención a la Palabra de Dios [los católicos]. Es más, es la autoridad del mismo poder apóstata que se invocará finalmente para volver a imponer el domingo y aplastar a los guardadores del sábado.

    Notemos que el pasaje de Apoc 9:4 no habla de los que tienen el sello de Dios, sino de los que no lo tienen. Mientras que en la terrible advertencia final del tercer ángel de Apoc 14, los que reciben la marca de la bestia en lugar del sello de Dios van a ser atormentados “con fuego y azufre ante los santos ángeles y ante el Cordero” sin que tengan alivio en su tormento hasta ser consumidos (Apoc 14:10-11; cf. 20:9), [así ocurrió que] los que no tuvieron el sello de Dios en sus frentes en la época de la quinta trompeta fueron atormentados sin que la herida que recibieron fuese todavía mortal (Apoc 9:5).

    Esta es otra prueba que tenemos para afirmar que los juicios de las trompetas son enviados por Dios como castigo contra el imperio romano tanto en su fase pagana y cesariana (los primeros cuatro), como cristiana bizantina y papal (las tres últimas). Debía herirse, atormentarse, especialmente a los agentes deselladores de la ley de Dios, así como a los que se dejasen quitar de encima ese sello divino. La sexta trompeta, además, cae sobre el gran río Éufrates sobre el que se encontraba la ciudad de Babilonia (Apoc 9:14). De nuevo, el blanco apuntado sigue siendo la Gran Babilonia, más definidamente Roma en su fase papal y apóstata.-- Texto recolhido da Internet, sem pedido de permissão ao autor.

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